"Nunca se borrará nuestra verdad, ser de Dios; nunca se nos borrará ese ser parecidos a Dios" "No es un ladrón, es mi hijo"

"No es un ladrón, es mi hijo"
"No es un ladrón, es mi hijo"

Antes de que se atreviera a preguntar, uno de los policías, más acribillándola que preguntándole, le grito:  - ah, ¿usted es la mamá del ladrón?  Ella, espontáneamente, sin pensarlo dos veces, respondió despacito:  - no es un ladrón, es mi hijo

"Así es Dios. Dios nunca nos define por lo que hacemos, ni por nuestros pecados ni por nuestra virtud… Dios nos define por lo que somos, sus hijos e hijas"

Sucedió en una de esas aldeas de los samburu. Alguien estaba haciendo daño en los caminos, los carros de servicio público eran asaltados, golpeaban la gente, robaban. Todos estaban a la cacería del criminal que hacía esos estragos.

Y un día dieron con él.  Los ancianos, siguiendo las huellas que el malhechor había dejado en los caminos dieron con el lugar donde se escondía.  Se lo entregaron a la policía y lo encerraron.  El chisme se regó entre la gente y no se hablaba si no de eso.  Y es que hay en todas partes una avidez de noticias así y parece que nos alivia saber que el mal está en los otros y que a nosotros ni nos toca, que los malos son los otros y que nosotros sí somos buenos.  En esos dimes y diretes nadie llamaba al reo con nombre propio, y era simplemente “el ladrón”, “lapurruni”.

Y entonces llegó la mamá al lugar donde lo tenían preso.  Llegó pesada de vergüenza y dolor.  Sus arrugas escondían dignidad y nobleza, también ella era señalada y despreciada.  Se acercó silenciosa y quiso saber de su hijo… y antes de que se atreviera a preguntar, uno de los policías, más acribillándola que preguntándole, le grito:  - ah, ¿usted es la mamá del ladrón?  Ella, espontáneamente, sin pensarlo dos veces, respondió despacito:  - no es un ladrón, es mi hijo.

Comprendí que la señora decía la verdad sobre ese muchacho, que no estaba mintiendo.  Sí, esta es una propiedad que sólo tienen los que aman, llegan con facilidad a la verdad sobre los otros.  La verdad sobre el otro nunca será lo que hizo o lo que dijo…  La señora sabía también que su hijo había asaltado, golpeado, robado, pero ella, madre al fin y al cabo, no se dejó confundir por estos hechos y dejó que la definición saliera de su corazón, “es mi hijo”.

Los samburu
Los samburu

Pienso que esa mamá se parece a Dios.  Así es Dios.  Dios nunca nos define por lo que hacemos, ni por nuestros pecados ni por nuestra virtud… Dios nos define por lo que somos, sus hijos e hijas.  Sólo Él puede definirnos, solo Él puede juzgarnos. Sólo el amor sabe.  La verdad siempre será, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, que somos hijos e hijas de Dios y que nos parecemos a él.  Nunca se borrará nuestra verdad, ser de Dios; nunca se nos borrará ese ser parecidos a Dios.    

De Kenia a Colombia

Desde la misión en Kenia, pienso en Colombia.  Después del acuerdo de paz seguimos señalándonos y definiendo a los otros por su pasado, por lo que hicieron y por lo que no hicieron; la estigmatización se volvió la manera usual de conocernos; la polarización que nos lleva a extremos de izquierda y de derecha dicta los apelativos que usamos, no para relacionarnos sino para señalarnos; seguimos refiriéndonos a los otros por los alías degradantes de los viejos odios y todavía no osamos llamarnos por los nombres propios que nos humanizan.  La firma de la Habana nos sorprendió incapaces de identificarnos unos a otros y de ahí que estén siendo asesinados los que firmaron los acuerdos y quisieron una nueva oportunidad, que cada semana sean sacrificados más líderes sociales, que nuestros indígenas, afrocolombianos, campesinos estén siendo exterminados.        

Las lecciones de los Samburu
Las lecciones de los Samburu

En estos tiempos en que nos esforzamos para implementar la paz, conviene que contemplemos el retrato de esta mamá que define a su hijo y que no se deja confundir por las noticias malas que le llegan de los dimes y diretes.   Todos somos responsables de nuestras obras y tenemos que hacernos cargo del mal que hayamos hecho, pero nadie es lo que ha hecho o lo que ha dicho: somos simplemente hijos e hijas de Dios y familia unos de otros.  Todos, hombres y mujeres, necesitamos entrañas de madre si queremos seguir siendo humanos y que nuestro país sea viable. 

Gracias a esa mamá samburu que nos enseña estas cosas.

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