Una reflexión en la fiesta de Corpus Christi Misas diabólicas: La eucaristía con pan y vino y sin caridad, es un 'sacrilegio'

Nuestra normalidad no es tan normal. Estamos hablando de volver a la normalidad y entre las cosas de esta normalidad anhelada está la celebración del culto. Pero...

¿Es normal que cada semana sean asesinados uno o más líderes sociales y que solo en durante esta pandemia ya sean cincuenta los caídos?

¿Es normal que los indígenas, los negros, los pobres, vivan en la marginación, apenas sobreviviendo y sin la presencia del estado?

¿Es normal que haya miles de desaparecidos y que hasta neguemos su situación? ¿es normal que la minería esté emponzoñando nuestros ríos y las retroexcavadoras dañando el ecosistema?

¿Es normal que cada año haya más de mil quinientos niños que se nos pierden reclutados para la guerra y traficados por las mafias?

No, no es normal… lo que llamamos normalidad en Colombia es una tragedia humana

El sistema nervioso del pueblo colombiano, de inmensa mayoría cristiana, tiene que estar bajo el efecto de poderosos sedantes para tener por normal lo que vivimos

En palabras del padre De Roux: Nuestra religión no tiene sentido y no tiene sentido el discurso que nos echamos… o nosotros actuamos o Dios no va a actuar. Dios no actúa si no a través de la libertad humana

Al celebrar la fiesta de Corpus Christi, quiero empezar este artículo haciendo eco a las palabras de Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, cuando esta semana, hablaba en el foro online de Fe y Culturas sobre el asesinato de los líderes sociales en Colombia: “El Señor en el Evangelio manda parar el culto cuando tu hermano está sufriendo… Sí tu hermano está sufriendo porque tiene un conflicto en que ha quedado atrapado, suspende el culto, deja eso, y ve primero a solucionar el problema con tu hermano. Por supuesto que la oración y las experiencias cultuales, la eucaristía, las necesitamos para que nos den fuerza para enfrentar esta realidad tan difícil, pero si la eucaristía no se transforma en una movilización profunda de la comunidad colombiana, esa eucaristía no sirve para nada, no sé qué estamos haciendo allí, lo digo de todo corazón, lo siento profundamente, yo que trato de celebrar todos los días”.

Estamos pues hablando de volver a la normalidad y entre las cosas de esta normalidad anhelada está la celebración del culto. Pero, vienen preguntas: ¿Normalidad? ¿lo que vivimos a diario, lo que hacíamos antes de la pandemia y lo que se hace en este mismo tiempo cuando salidos a los barrios, a los ríos, a los campos… merece el nombre de normal? ¿Es normal que cada semana sean asesinados uno o más líderes sociales y que solo en durante esta pandemia ya sean cincuenta los caídos? ¿es normal que los indígenas, los negros, los pobres, vivan en la marginación, apenas sobreviviendo y sin la presencia del estado? ¿es normal que haya miles de desaparecidos y que hasta neguemos su situación? ¿es normal que la minería esté emponzoñando nuestros ríos y las retroexcavadoras dañando el ecosistema? ¿es normal que cada año haya más de mil quinientos niños que se nos pierden reclutados para la guerra y traficados por las mafias? ¿es normal que la fuerza pública se ponga tan decididamente en contra de la gente que dice proteger? ¿es normal que haya más de nueve millones de víctimas y que no las escuchemos concienzudamente? ¿Es normal que envenenemos no solo nuestro país sino el mundo entero con las drogas que producimos?

No, no es normal… lo que llamamos normalidad en Colombia es una tragedia humana que muchos no estamos viendo o que vemos de lejos, que no ha tocado nuestra piel y que sucede a otros mientras cómodamente los estigmatizamos diciendo que “por algo será que les pasa lo que les pasa”. El sistema nervioso del pueblo colombiano, de inmensa mayoría cristiana, tiene que estar bajo el efecto de poderosos sedantes para tener por normal lo que vivimos. Uno de esos sedantes puede ser la desconexión vida y eucaristía.

Y viene para nosotros, felices de Corpus Christi, la pregunta por culto. El padre De Roux también nos preguntaba en su intervención por qué ante todo lo que pasa en nuestro país, no nos indignamos. En los Estados Unidos, apuntaba, asesinaron una a George Floyd y todo el país se fue a las calles, incluso saltándose la distancia social y otras precauciones covid-19… y entre nosotros, donde caen y siguen cayendo muchísimos, no pasa nada. Este es pues el pueblo que somos, un pueblo que se confiesa masivamente cristiano y que ahora quiere volver a los templos, pero un pueblo que no se indigna: le interesa el cuerpo de Cristo en el altar y permanece indiferente al cuerpo de Cristo en las víctimas y en los muertos. Esta incoherencia es síntoma de algo grave en nuestras iglesias.

Nos habituamos a pensar que la celebración de la eucaristía era válida si teníamos las especies de pan y vino y se nos olvidó que se necesitaba también la caridad que nos hace familia de Dios. La eucaristía con pan y vino y sin caridad, es un sacrilegio: Dios se hace pan y vino para que nos nutramos de él y nosotros, faltando la caridad, lo hacemos amuleto. Sólo el amor, expresado en la justicia, nos libra de esta misa diabólica, diabólica porque uso a Dios para mentir, porque distorsiona los sentidos, porque daña la comunidad. Pan y vino sin justicia, y sin indignación por la injusticia, obran en los creyentes como sedante y les quita las preguntas por lo que pasa, y crea la ilusión de que la deshumanización cotidiana que tiene lugar en nuestro país es cosa normal. Si la eucaristía no nos deja indignados, si salimos de misa tranquilos, es prueba que hay sólo ritos y los ritos vacíos le duelen a Dios, no le dan gloria: la gloria de Dios, decía el obispo Ireneo hace muchos siglos, es la vida de la gente.

En el mundo mágico en que vivimos, en ese Macondo con enfermedad de olvido que es Colombia, la eucaristía que en la “normalidad” celebramos se nos volvió intento de mover a Dios con influencias y estipendios, para que nos haga milagros, para que cuadre el mundo según los deseos del que “paga” por la celebración, para que se acuerde mucho de los muertos de los que asisten a los ritos y no tanto de los sepultados como N.N que nadie reclama; misas a montones, con sacerdotes exhaustos binando, trinando y mucho más, sólo para financiar las parroquias y lejos de la solidaridad y de las periferias; misas para que el divino niño se quede chiquito y de rosadito y no nos complique con su cruz y su muerte, para que María Auxiliadora haga prosperar negocios y la del Carmen nos lleve a buenos destinos, para que san Antonio dé novio a las muchachas, y santa Rita se encargue de imposibles… Tantas misas detrás de los milagros y tan pocas detrás de la justicia; tantas misas para solucionar los problemas de los piadosos y tan pocas para indignarnos ante los problemas de los que sufren… tantas misas para pedir la paz como sedante y no para hacer memoria de Jesús que muere fuera de los muros sagrados, que entrega su carne, que derrama su sangre.

También aquí quiero, y a propósito de lo que digo, citar otras palabras del padre De Roux durante su intervención esta semana: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo no va a hacer ningún milagro sobre Colombia, ninguno… (Él) actúa a través de nosotros, si nosotros queremos, si queremos hacerlo como seres humanos… si nosotros no queremos, Dios no va a actuar; si nosotros no perdonamos, Dios no perdonará; si nosotros no defendemos la vida, Dios no va a defender la vida; si no luchamos para que a los indígenas del Cauca no los sigamos excluyendo, Dios no va a proteger los indígenas del Cauca, si nosotros no garantizamos que aquí los pueblos del Chocó y los pueblos que en este momento están sufriendo la exclusión puedan ser incorporados, si nosotros no lo hacemos no hay Dios que valga, no hay Jesucristo que valga, porque él actúa a través de nosotros, o si no, no aparece por ninguna parte…. Nuestra religión no tiene sentido y no tiene sentido el discurso que nos echamos… o nosotros actuamos o Dios no va a actuar. Dios no actúa si no a través de la libertad humana.”

Esta fiesta de Corpus Christi, en la que otro líder, Jesús Antonio Rivera, fue asesinado, nos está diciendo que lo nuestro no es normalidad, que es anormal… y más todavía, nos está diciendo que una comunidad que no esté indignada por lo que sucede está yendo a misa no más por fe sino ya por idolatría. La Eucaristía, si adorada, no idolatrada, siempre ha sido peligrosa, y entre nosotros parece más bien adormecedora. Propongo que al volver a los templos celebremos como gusta a Dios, con caridad vivida en la justicia, poniendo en el altar todos los cuerpos entregados y toda la sangre derramada, y que la epíclesis que transforma las especies sea vida abundante para todos; propongo también que nos demos permiso para cambiar el rito de despedida: que, en vez de decir “pueden ir en paz”, las rúbricas nos dejen decir “váyanse indignados”. Así sí valdrá la pena volver a las iglesias.

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