Cincuenta años de un cura

(En castellano. A continuacion en galego)



El día diez de mayo celebramos los católicos la festividade de San Juan de Ávila, patrón del clero diocesano, y en muchas diócesis se hace coincidir con ese día la celebración de las bodas de diamante, oro y plata de los sacerdotes a los que les corresponda cada año. Este año en Mondoñedo-Ferrol me tocó celebrar a mí, entre otros, las de oro. Ese día acostumbramos a juntarnos los sacerdotes que podemos y queremos con el obispo y hay algunos actos por la mañana, entre ellos un espacio dedicado a los homenajeados. No falta la misa ni la comida juntos para los que pueden quedarse la ella.


A los que cumplen 60, 50 o 25 años de ordenados se les da oportunidad de decir unas palabras y así se hizo también este año en el Seminario de Mondoñedo. Otros hablaron más y mejor que yo, pero no tengo sus discursos, lo que me sirve de disculpa para meter el mío, o el nuestro, porque fue dicho por dos, por si a alguien le interesa que pode decir un cura después de cincuenta años. Aclaro al lector o lectora que no lo sepa que lo de entre dos responde a que estoy operado de un cáncer de laringe y no puedo cantar ópera precisamente. Transcribo, pues:

Empiezo yo)
Compañeros y amigos, un año más nos llegaron a varios, entre ellos yo, las bodas de oro sacerdotales.¡Cincuenta años ya! ¿Quien lo diría? ¡Parece que aún fue ayer! ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Vamos viejos! En mi caso se cumplen 51 del final de la carrera por tener que estar aparcado uno antes de ser ordenado sacerdote, debido a que no habían informado bien a la familia sobre la edad reglamentaria para recibir la ordenación de presbítero, o porque contaban con que repitiera algún curso, porque el niño, modosito, sí que era; pero luces no le sobraban al pobre.

Si no habláramos de vocaciones, sino sólo de profesiones, también se diría: ¡Que barbaridad! Cincuenta años trabajando en lo mismo. ¡Que aburrimento! Ya era hora

No se me oculta que hay muchos que dicen que lo de los curas no es trabajo, y en parte tienen razón; pero, también hay quien entiende que sólo es trabajo aquella actividad por la que se cobra, y si es directa e inmediatamente, mejor. Así: es trabajo pra algún médico en su consultorio particular en horas compatibles con su actividad en la sanidad pública, lograr tranquilizar a un enfermo con un antidepresivo o con el efecto placebo, mediante pago de 150 euros y la voluntad, si se piensa volver y no guardar turno de larga espera; pero en cambio, no lo es pra un cura que después de una conversación sosegada y calmosa y de una posible absolución que, bien administrada y bien recibida desculpabiliza, deja en paz consigo mismo y con el entorno a ese mismo enfermo o enferma en su casiña, sin gastos de desplazamientos ni tasa de kuilometraje. Claro que probablemente ese cura ya jubilado, esté de guardia las 24 horas de cada día y 25 los domingos, disfrute de privilegios como toda la Iglesia Católica en España, haga intrusismo en lo que es competencia de los psicólogos, desvíe la atención del personal y hasta defraude a hacienda por no hacer constar en la declaración del IRPF que lleva muchos años viviendo como un cura.

Y todo este embrollo pra acabar diciendo que no sirve la misma medida para los tiempos de las profesiones que para los de las vocaciones y pra aclarar que también hay médicos vocacionados en la pública, en la privada y entre las dos. A estos, y sólo a estos, pido disculpas, porque, como entre los curas, también entre los médicos los hay que cobran por serlo, pero no el son. Ya me parece que me pasé y hablé demás, debido a que, como bien sabéis y no puedo disimular, me expropiaron la voz, va para cuatro años. Menos mal que según me hizo ver ya antes de operarme el compañero Antón Miguélez, no es lo mismo quedar sin voz que quedar sin palabra. Es cierto, porque ahora me fijo más y observo que hay mucho parlamentario de profesión que no tiene palabra.

Al conservar la palabra y no responderme la voz, casi salí ganando, porque la voz me la presta cualquiera, que no falta generosidad pra estas cosas, y así puedo escoger y mirado desde mi punto de vista, hasta estrenar, voz de tenor, bajo o barítono e incluso de tiple. Y también salís ganando los que nos escucháis, porque tenéis menos peligro de aburriros aletargados por la monotonía monocorde. Agradezco todas las voces prestadas, pero con quien mejor me entiendo ultimamente es con Javier, mi compañero, mi substituto y mi cura. Mejor dicho: nuestro cura, ya que ante todo lo es de las parroquias y no fue nombrado pra servirme a mí, sino al pueblo, aunque es muy capaz de compatibilizar en armonía ambas cosas. Así, pues. con su voz seguimos, hablando otro ratito.

(Sigue leyendo Javier)
Creo que todos, tanto los cuatro compañeros que celebran las bodas de diamante, como los otros cuatro que celebráis de oro, cinco conmigo, y, por supuesto, los tres de las de plata, aún tenemos, o tenéis, cuerda pra rato, y no por imperativo legal, sino porque nos reina, porque nos sentimos llamados y no se nos comunicó que la llamada fuera rebocada. Y también creo que no estamos retirados, ni frustrados, ni desencantados, ni de vuelta de todo, porque aún estamos en el camino de ida, aprendiendo cada día a ser curas: ya que cada día pueden aparecer nuevas demandas, nuevas formas y nuevos medios y analizando serenamente que el decaimiento en la vivencia religiosa tiene más causas y más poderosas que nuestra falta de pericia o de puesta al día en algunas cuestiones.
Yo ahora, a los 73, estoy aprendiendo ilusionado a ser cura principalmente a través de este segundo ordenador desde el que escribo, (el primer ordenador que tuve fue el obispo Argaya), y de san Whatsapp bendito, porque, al dejar de ser transmisor de la palabra, recibida, con la boca, tuve que aprender a serlo con los dedos y a convertir, por lo menos a algunos, en sucedáneos de las cuerdas vucales.

Me fuisteis dando fama de tener cierto sentido del humor e incluso de humorista. No lo contradigo. Gracias al ejercicio del sentido del humor se relativizan muchas cosas y llega uno incluso a reírse de sí mismo y así se superan muchos complejos agarrotantes. Hay cojos muy acomplejados por su cojera, mientras yo llego a sentir orgullo por ser uno de los que mejor cojea de la provincia de Lugo y parte de la Coruña. Más de una vez al cruzarme con otro cojo tengo oído la exclamación: “¡Ño! ¿Quien me diera a mí cojear como ese!”.

También hay operados de laringe que no vuelven a salir de casa, mientras yo me exhibo cómo atracción de feria. Como el hombre que real y verdaderamente habla por un tubo, o como el violín que toca sin cuerdas. Desafina, sí; pero suena.

En el fondo creo que creo en un Dios de inmenso sentido del bueno humor. A la vista está: Si Él, que lo sabe todo, me llamó a mí, un chiribí escuchimizado que al ponerse de perfil no hay catarro que le apunte, pra ser venerable sacerdote, tiene que ser un humorista insuperable. En contraposición, tengo un compañero del que no voy a decir el nombre, alto, regordete sin pasarse, ojos azules y pelo rizoso, que tomó tan a pecho lo de la dignidad sacerdotal que al salir de la ducha y verse en el espejo, se trata de usted a si mismo e incluso se hace leve inclinación de cabeza. Pero yo no. Yo veo aquella raya con brazos que no cuaja ni en un espejo con aumentos y digo: “Como no comas algo más, Xosé, mal te veo. En ese cuerpo poca alma cabe, por muy comprimida que esté”.

Creí y creo en un Dios de sonrisa fácil y hasta a veces uno poco cómplice de alguna benévola travesura pra alegrar la vida; y no en un dios mal humorado con cara y modos de amargado guardia de tráfico, bolígrafo y talonario de multas en mano pra sancionar inmisericorde, apretando como un sádico hasta casi el límite, y que en el último instante antes de ahogar, afloja, pra al poco tiempo volver a apretar con la disculpa de corregir pra enmendar. Ese no es el Padre bueno de la parábola, ni el compañero de camino que manda el recado: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”, ni el Amigo que se disfraza de desconocido pra calentar los corazones de todos los desencantados en todos los caminos de Emaús. Hacerse ateo del dios sádico es el mejor favor que nos podemos hacer a nosotros mismos y le podemos hacer al Dios del amor.

Llegado a los 73 años, con cincuenta de sacerdocio, le doy muchas gracias a este Dios tan bien humorado, y tan humoroso, nada seco ni disecado. Y, lo sabido, sabido, volvería a presentarme pra ser ordenado en la iglesia de Vilanova de Lourenzá con la condición de que estuviera también Pepiño Llenderrozos, que me ayudó a acabarme de criar en aquel año de aparcamiento en el vijo monasterio reconvertido en seminario pra niños. Y lo sabido, sabido, en un análisis de pasada, superficial y nada riguroso, repetiría en un 50 por ciento las mismas actitudes y hechos; mejoraría en un 25 por cien, y evitaría otro 25.

Y lo sabido, sabido, le seguiría pidiendo a la institución eclesial, con sus muchas virtudes y no pocos defectos, de la que me considero parte activa, con mis muchos defectos y pocas virtudes, que no se quede mirando callada como le adelanta la sociedad, en la que tiene el deber de estar inmersa, como el fermento en la masa, por la izquierda o por la derecha. Que pregone, “a tiempo y a destiempo, pero con mucha paciencia y deseo de enseñar”. No de imponer por la fuerza, aunque convencida de que es depositaria, pra ofrecerlo, del “producto” más humanizante, más plenificante, más divinizante y más salutífero: el Evangelio. Y también le pido que revise periodicamente la marcha y, sin claudicar en el esencial, circule en paralelo con los hombres y mujeres de aquí y de ahora, sacando tiempo pra pararse en las áreas de descanso y conversar sin prepotencias ni complejos, en tono distendido, poniendo sobre la mesa su oferta envuelta en papel de regalo, no en papel amarillento por trasnochado, sobre manteles que uelan a limpieza y rectitud de intención.

(Retomo)
Vuelvo a retomar la palabra con mi voz artificial después de reponer alientos y energías. Graciñas, Javier, por tu voz, dijiste muy bien lo que yo quería decir. Permitidme recordar al primero de nuestro curso que fue ordenado y murió, ya va por treinta y cinco años, Manolo Cao, y al último, Evaristo, que aún no hace uno; y de entre los profesores: a los dos últimos: on Enrique y José María, el Salmista, que será enterrado hoy mismo en Ribadeo. Algunos profesores y formadores aún viven, don Uxío, don Fernando Puerta, don José María Díaz. Cuando sea mayor quiero ser cómo ellos. Graciñas, compañeros de camino que empezasteis antes, después o al mismo tiempo que yo la caminata. Graciñas, a los distintos obispos, cinco ya, aunque no a todos por igual, pero sí también a usted, don Luís Angel, actual Pastor de nuestra querida diócesis de Mondoñedo-Ferrol, que encontró a esta oveja ya cuando llegó con la pata quebrada. Usted hoy hace presente al Bueno Pastor alentándonos a pastorear con usted en esta peculiar parcela de la Iglesia Universal.



Gracias, Dios, Pastor Bueno, que te hiciste Pasto, Luz, Guía, Palabra y Fuerza. Hasta siempre, porque en ti “vivimos, nos movimos y existimos” aquí y en las Alturas.



En galegoCincuenta nos dun cura
O día dez de maio celebramos os católicos a festividade de San Xoán de Ávila, patrón do clero diocesano, e en moitas dioceses faise coincidir con ese día a celebración das vodas de diamante, ouro e prata dos sacerdotes ós que lles corresponda cada ano.Este ano en Mondoñedo-Ferrol tocoume celebrar a min, entre outros, as de ouro. Ese día acostumamos a xuntarnos os sacerdotes que podemos e queremos co bispo e hai algúns actos pola mañá, entre eles un espazo dedicado ós homenaxeados. Non falta a misa nin a comida xuntos prós que poden quedarse a ela.
Ós que cumpren 60, 50 ou 25 anos de ordenados dáselles oportunidade de dicir unas palabras e así se fixo tamén este ano no Seminario de Mondoñedo. Outros falaron máis e mellor ca min, pero non teño os seus discursos, o que me serve de desculpa para meter o meu, ou o noso, porque foi dito por dous, por se a alguén lle interesa que pode dicir un cura despois de cincuenta anos. Aclaro ó lector ou lectora que non o saiba que o de entre dous responde a que estou operado dun cancro de larinxe e non podo cantar ópera precisamente. Transcribo, logo:

(Empezo eu)
Compañeiros e amigos, un ano máis chegáronnos a varios, entre eles eu, as vodas de ouro sacerdotais. Cincuenta anos xa! Quen o diría? E parece que aínda foi onte! Como pasa o tempo! Imos vellos! No meu caso cúmprense 51 do final da carreira por ter que estar aparcado un antes de ser ordenado sacerdote, debido a que non informaran ben á familia sobre a idade regulamentaria para recibir a ordenación de presbítero, ou porque contaban con que repetise algún curso, porque o neno, modosiño, si que era; pero luces non lle sobraban ó pobre.

Se non falásemos de vocacións, senón só de profesións, tamén se diría: Que barbaridade! Cincuenta anos traballando no mesmo. Que aburrimento! Xa era hora

Ben sei que hai moitos que din que o dos curas non é traballo, e en parte teñen razón; pero, tamén hai quen entende que só é traballo aquela actividade pola que se cobra, e se é directa e inmediatamente, mellor. Así: é traballo pra algún médico no seu consultorio particular en horas compatibles coa súa actividade na sanidade pública, que logre tranquilizar a un enfermo cun antidepresivo ou co efecto placebo, mediante pago de 150 euros e a vontade, se pensas volver e non gardar tuno de longa espera; pero en cambio, non o é pra un cura quen despois dunha conversación sosegada e calmosa e dunha posible absolución que, ben administrada e ben recibida desculpabiliza, deixa en paz consigo mesmo e coa contorna a ese mesmo enfermo ou enferma na súa casiña, sen gastos de desprazamentos nin taxa de quilometraxe. Claro que probablemente ese cura xa xubilado estea de garda as 24 horas de cada día e 25 os domingos, goce de privilexios coma toda a Igrexa Católica en España, faga intrusismo no que é competencia dos psicólogos, desvíe a atención do persoal e ata defraude a facenda por non facer constar na declaración do IRPF que leva moitos anos vivindo como un cura.

E todo este embrollo pra acabar dicindo que non serve a mesma medida prós tempos das profesións que pra os das vocacións e pra aclarar que tamén hai médicos vocacionados na pública, na privada e entre as dúas. A estes, e só a estes, pido desculpas, porque, como entre os curas, tamén hai médicos que cobran por selo, pero non o son. Xa me parece que me pasei e falei demais, debido a que, como ben sabedes e non podo disimular, expropiáronme a voz, vai para catro anos. Menos mal que segundo me fixo ver xa ante de operarme o compañeiro Antón Miguélez, non é o mesmo quedar sen voz ca quedar sen palabra. É certo, porque agora fíxome máis e observo que hai moito parlamentario de profesión que non ten palabra.

Ó conservar a palabra e non responderme a voz, case saín gañando, porque a voz préstama calquera, que non falta xenerosidade pra estas cousas, e así podo escoller e mirado desde o meu punto de vista, ata estrear, voz de tenor, baixo ou barítono e incluso de tiple. E tamén saídes gañando os que nos escoitades, porque tedes menos perigo de aburrirvos aletargados pola monotonía monocorde. Agradezo todas as voces prestadas, pero con quen mellor me entendo ultimamente é con Javier, o meu compañeiro, o meu substituto e o meu cura. Mellor dito: o noso cura, xa que ante todo éo das parroquias e non foi nomeado pra servirme a min, senón ó pobo, aínda que é moi capaz de compatibilizar en harmonía ambas cousas. Así, pois. coa súa voz seguimos, falando outro ratiño.

(Segue lendo Javier)
Creo que todos, tanto os catro compañeiros que celebran as vodas de diamante, como os outros catro que celebrades de ouro, cinco comigo, e, por suposto, os tres das de prata, aínda temos, ou tedes, corda pra rato, e non por imperativo legal, senón porque nos reina, porque nos sentimos chamados e non se nos comunicou que a chamada fose rebocada. E tamén creo que non estamos retirados, nin frustrados, nin desencantados, nin de volta de todo, porque aínda estamos no camiño de ida, aprendendo cada día a ser curas: xa que cada día poden aparecer novas demandas, novas formas e novos medios e analizando serenamente que o decaemento na vivencia relixiosa ten máis causas e máis poderosas que a nosa falta de pericia ou de posta ó día nalgunhas cuestións. Eu agora, ós 73, estou aprendendo ilusionado a ser cura principalmente a través deste segundo ordenador desde o que escribo, o primeiro ordenador que tiven foi o bispo Argaya, e de san Whatsapp bendito, porque, ó deixar de ser transmisor da palabra, recibida, coa boca, tiven que aprender a selo cos dedos e a converter, polo menos a algúns, en sucedáneos das cordas vucais.

Fóstesme dando fama de ter certo sentido do humor e ata de humorista. Non o contradigo.Grazas ó exercicio do sentido do humor relativízanse moitas cousas e chega un ata a rirse de si mesmo e así supéranse moitos complexos agarrotantes. Hai coxos moi acomplexados pola súa seu coxeira, mentres eu mesmo sinto fachenda de ser un dos que mellor coxea da provincia de Lugo e parte da Coruña. Máis dunha vez ó cruzarme con outro coxo teño oído a exclamación: “No; quen me dera a min coxear coma ese!”.

Tamén hai operados de larinxe que non volven a saír de casa, mentres eu exhíbome como atracción de feira. Como o home que real e verdadeiramente fala por un tubo, ou como o violín que toca sen cordas. Desafina, si; pero soa.

No fondo creo que creo nun Deus de inmenso sentido do bo humor. Á vista está: Se Él, que o sabe todo, me chamou a min, un chiribí escuchimizado que ó poñerse de perfil non hai catarro que lle apunte, pra ser venerable sacerdote, ten que ser un humorista insuperable. En contraposición, teño un compañeiro do que non vou dicir o nome, alto, regordete sen pasarse, ollos azuis e pelo encaricolado, que tomou tan a peito o da dignidade sacerdotal que ó saír da ducha e verse no espello, trátase de vostede a si mesmo e ata se fai leve inclinación de cabeza. Pero eu non. Eu vexo aquela raia con brazos que non calla nin nun espello con aumentos e digo: “Como non comas algo máis, Xosé, mal te vexo. Nese corpo pouca alma cabe, por moi comprimida que estea”.

Crin e creo nun Deus de sorriso fácil e ata ás veces un pouco cómplice dalgunha benévola travesura pra alegrar a vida; e non nun deus mal humorado con cara e modos de amargado garda de tráfico, bolígrafo e talonario de multa na man pra sancionar inmisericorde, apertando como un sádico ata case o límite, e que no último instante antes de afogar, afrouxa, pra ó pouco tempo volver a apertar coa desculpa de corrixir pra emendar. Ese non é o Pai bo da parábola, nin o compañeiro de camiño que manda o recado: “Vide a min todos os que estades cansos e angustiados” nin o Amigo que se disfraza de descoñecido pra quentar os corazóns de todos os desencantados en todos os camiños de Emaús. Facerse ateo do deus sádico é o mellor favor que nos podemos facer a nós e lle podemos facer ó Deus do amor.

Chegado ós 73 anos, con cincuenta de sacerdocio, doulle moitas gracias a este Deus tan ben humorado, e tan humoroso, nada reseco nin disecado. E, o sabido, sabido, volvería a presentarme pra ser ordenado na igrexa de Vilanova de Lourenzá coa condición de que estivese tamén Pepiño Llenderrozos, que me axudou a acabarme de criar naquel ano de aparcamento no vello mosteiro reconvertido en seminario pra nenos. E o sabido, sabido, nunha análise de pasada, superficial e nada rigorosa, repetiría nun 50 por cento as mesmas actitudes e feitos; melloraría nun 25 por cen, e evitaría outro 25.

E o sabido, sabido, seguiríalle pedindo á institución eclesial, coas súas moitas virtudes e non poucos defectos, da que me considero parte activa, cos meus moitos defectos e poucas virtudes, que non se quede mirando calada, como lle adianta a sociedade, na que ten o deber de estar inmersa, coma o fermento na masa, pola esquerda ou pola dereita. Que pregoe, “a tempo e a destempo, pero con moita paciencia e desexo de ensinar”. Non de impoñer pola forza, aínda que convencida de que é depositaria, pra ofrecelo, do “produto” máis humanizante, máis plenificante, máis divinizante e máis salutífero: o Evanxeo. E tamén lle pido que revise periodicamente a marcha e, sen claudicar no esencial, circule en paralelo cos homes e mulleres de aquí e de agora, sacando tempo pra pararse nas áreas de descanso e conversar sen prepotencias nin complexos, en son distendido, poñendo sobre da mesa a súa oferta envolta en papel de agasallo, non en papel amarelado por trasnoitado, sobre manteis que arrecenden a limpeza e rectitude de intención.

(Retomo eu)
Volvo retomar a palabra coa miña voz artificial despois de repoñer folgos e enerxías. Graciñas, Javier, pola túa voz, dixeches moi ben o que eu quería dicir. Permitídeme recordar ao primeiro do noso curso que foi ordenado e morreu, xa vai por trinta e cinco anos, Manolo Cao, e ó último, Evaristo, que aínda non fai un; e de entre os profesores: ós dous últimos: on Enrique e José María, o Salmista, que será enterrado hoxe mesmo en Ribadeo. Algúns profesores e formadores aínda viven, don Uxío, don Fernando Porta, don José María Díaz. Cando sexa grande quero ser como eles. Graciñas, compañeiros de camiño que empezastes antes, despois ou ao mesmo tempo ca min a camiñada. Graciñas, ós distintos bispos, cinco xa, aínda que non a todos por igual, pero si tamén a vostede, don Luís Angel, actual Pastor da nosa querida diocese de Mondoñedo-Ferrol, que encontrou a esta ovella xa cando chegou coa pata crebada.




Vostede hoxe fai presente ó Bo Pastor alentándonos a pastorear con vostede nesta peculiar parcela da Igrexa Universal.
Gracias, Deus, Pastor Bo, que te fixeches Pasto, Luz, Guía, Palabra e Forza. Ata sempre, porque en ti “vivimos, movémonos e existimos” aquí e máis no Alén.

Volver arriba