Jonatán, un carpintero compañero de Jesús.




Se aproxima la Semana Santa de los cristianos y quisiera decir algo sobre el protagonista,
nuestro principal referente de humanidad y centro de nuestra fe religiosa. Pero lo haré a mi modo y sin pedir el “nihil obstat” del censor competente, echando por delante esta introducción:


En cierta ocasión me agasajó el gran amigo y admirado por muchas razones, Andrés Torres Queiruga, diciéndome que le gustaría tener mi capacidad de divulgar, o dicho de otra forma de poner a la altura del pueblo llano conceptos más propios de mentes privilegiadas. Esta terminología, evidentemente, no la utilizó él que no tiene nada de orgulloso. Con toda sinceridad le respondí:

-No. Tú no puedes hacer eso como puedo hacerlo yo, Andrés. Y no puedes precisamente por saber mucho más que yo. Tú, como buen intelectual y hombre de estudio y prestigio bien merecido, tienes que utilizar la palabra precisa, la exacta, en cambio yo, por saber menos, puedo utilizar sinónimos sin tan siquiera ser consciente de si desvirtúo o no el concepto. Tú, sigue inventando pólvora que ya nos encargamos otros de mojarla o de hacer con ella cohetes que no levantes diez metros de tierra.


Me siento como ante Andrés ante muchas otras personas cuando toco sus especialidades; pero ya sabe que la ignorancia es muy atrevida y hoy me atrevo con Jesús de Nazaret
parándome especialmente en su infancia, echándole imaginación para suplir lo que no nos dicen los evangelistas, y gracias a un contemporáneo suyo del que casualmente me hice amigo no hace mucho. A partir de aquí es él mismo quien te cuenta, en primera persona, sufrido lector o lectora, lo que me contó a mí. Va, pues:

“Me llamo Jonatán y tengo el orgullo de poder presumir de qué aprendí a carpintero con José en el mismo pequeño taller en que aprendió también Jesús.
José, ¡qué hombre aquel! Lo suyo era pasar desapercibido y, sin embargo, las tenía todas: competente, callado, trabajador, servicial, cariñoso, creyente...
Alguien dijo de él que era justo y bueno y con eso está dicho todo; pero había que tratarlo, para darse cuenta de lo que esas dos palabras significaban en él, porque justo para nosotros no significa sólo el que actúa con justicia conforme a la ley, sino el que es íntegro, perfecto, y por lo tanto bueno en todo momento, pareciéndose así a Dios que es la suma bondad.

¿Para qué decir una cosa por otra? Tanto conmigo como con Jesús, que también empezó muy joven a aprender el oficio de carpintero, era exigente. No tardamos en darnos cuenta de que si nos exigía era por nuestro bien y por el bien de los que el día de mañana pudiesen hacernos algún encargo. Era honrado a más no poder. Ni hacía ni dejaba hacer cosa ninguna por la que no se pudiera responder. De tan honrado que era, nunca dejó de ser pobre. Y no quiero con eso decir que no haya ricos honrados; pero muchos lo son a costa de los pobres.
Hablaba lo necesario; pero daba la impresión de que siempre guardaba allá en lo más profundo de sí mismo un gran secreto, o un gran misterio.



¿Y su mujer, María? ¡Uf! Yo llegué a quererle tanto como mi propia madre.
También le debo casi tanto como a ella. Muchos y muy buenos consejos me dio y, aunque no me los diese, sólo con fijarse en ella se sentía uno llamado a hacer el bien y a hacerlo bien. Bueno, me dio consejos y almuerzos, que casi nunca me dejaba ir a almorzar a mi casa, y eso que no estaba lejos; pero éramos todavía más pobres que ellos y más bocas que alimentar.

María era tierna, trabajadora, siempre dispuesta a ayudar y, por encima de todo, piadosa en el sentido de devota o piadosa con Dios y apiadada o compasiva con los demás. Pero no vayáis a pensar que era una remilgada en su piedad, o lo que se suele entender como una beata ¡De eso nada!
Un día que la observé mientras rezaba decía más o menos esto: "Magnifica mi alma al Señor que desmonta del poder a los que lo usan para oprimir y eleva a los oprimidos; porque siempre se fija en los humildes”. ¡Casi nada! Desde entonces también yo dejé de pensar en Dios como algo muy distante y empecé a sentirlo como alguien muy próximo.

No me extraña que Jesús saliera como salió, criándose en el hogar en que se crió, y, sin embargo, allí todo parecía de lo más normal y sencillo, por el clima cariñoso y cálido que reinaba.


Jesús era inteligente. ¡Muy inteligente! Pero había cosas que también le costaba trabajo aprender.
Lo mismo que yo y que todos iba aprendiendo al paso que iba creciendo. Puedo estar equivocado, pero a mí me parece que dormía poco. Yo creo que pasaba horas repitiendo de memoria salmos y rezando oraciones que el mismo componía; porque cuando se hablaba de Dios era como si se le iluminase el rostro. Claro, al dormir poco, no se centraba como es debido en el trabajo y más de una vez se pegó algún martillazo en los dedos; pero , aunque se lastimase o no le saliesen las cosas al derecho, nunca reaccionaba violentamente ni con malas palabras ni con malos modos.

Recuerdo que una o dos veces se quedó quieto como traspuesto, o ensimismado, como prendido de otros pensamientos. Yo, pensado que le pasaba algo, le llamé; pero José me dijo: “Déjale, déjale. No te preocupes. Ya una vez cuando tenía doce años nos sorprendió mucho allá en Jerusalén a su madre, a mí y a los sacerdotes del gran Templo, todos ellos muy doctos”.
Y siguió diciendo algo que entonces no comprendí: “La adolescencia es una bonita etapa, pero difícil; porque en ella se ponen las bases de lo que será cada uno más adelante. Se va afianzando la personalidad y los hijos hacéis cosas que no siempre entendemos bien los padres”.

Tenía mucha curiosidad por saber de todo.
Se fijaba en cuanto lo rodeaba y sabía los nombres de todos los pájaros y de todas las flores. Pero, por nada del mundo desharía un nido de pajaritos. Y las flores que más le extasiaban eran los lirios. De estas sí que cortaba algunas para llevarle de vez en cuando a su madre un ramito que ella ponía en lugar bien visible como un regalo para todas las miradas.

En aquella época éramos todos bastante religiosos. Al principio nos obligaban, pero acabábamos aceptándolo por convicción. Él nos superaba con mucha diferencia; pero eso sí, sin fanatismos. Y otra cosa que tenía es que era muy crítico especialmente con los intolerantes y con los que, como le oí decir una vez, atan cargas demasiado pesadas para los otros en nombre de Dios; pero muy ligeras para ellos, en nombre del mismo Dios. Llegaba a enfadarse hablando de formas de religiosidad deshumanizadas y excesivamente centradas en el culto en detrimento de la verdadera justicia. Eso le llevó a hacer algo que me contaron y me cuesta mucho creer. Le llevó a hacer un látigo con cuerdas y expulsar de la explanada del Templo, donde se celebraba el mercado, a traficantes de animales para sacrificios que tenían que pagar comisión a los sacerdotes. Si fue así firmó en ese momento su sentencia de muerte, porque el Templo de Jerusalén era intocable por ser el lugar de Dios y algo así como la bandera y el escudo de su pueblo.



José tampoco pasaba por alto esas formas de entender la religión como algo externo de quita y pon según las conveniencias.

Por nada dejaba sus prácticas piadosas
cotidianas, ni de ir los sábados a la sinagoga, ni de acudir con sus padres a Jerusalén en alguna de las fiestas principales, como eran las de Pascua, de Pentecostés o de los Tabernáculos. En una de esas fue cuando les dio el disgusto.

Una vez en la sinagoga del pueblo , cuando ya éramos adultos, comentando un pasaje del profeta Isaías, osó decir que con la fuerza del Espíritu venía para dar la vista a los ciegos, hacer oír a los sordos, poner a andar a los paralíticos y anunciar la Buena Noticia a los pobres. Aquello les sentó muy mal a algunos vecinos que lo increparon diciendo: ¿Quien te crees que eres? ¿Acaso no son tus padres José y María?

Fue entonces cuando se echó a predicador ambulante.
Menos mal que José ya muriera como un santo, que si no iba a sentir que quedase sola María, aunque sola, sola no quedó, porque era algo así como un poco familiar de todos, ya que todos la queríamos, para todos tenía una sonrisa, por todos se preocupaba y a todos ayudaba.




Antes de irse Jesús me dijo en confianza que sentía dejar el oficio, porque el trabajo, tantas veces oscuro, callado y anónimo es el verdadero sostén del mundo, la mejor forma de realizarse y una manera de colaborar con el Creador. Y también me advirtió de
lo que, lamentablemente resultó cierto, como no podía ser de otro modo, como les ocurrió a otros profetas, hombres de Dios comprometidos con hacer el bien y denunciar el mal, que probablemente tuviese que llegar al extremo de dar su vida en sacrificio.

Me encargó que no dejase de estar pendiente de María y me dijo con cierta tristeza que presentía que iba a tener más complicaciones en la nueva misión que tenía que cumplir, que las que tendría si siguiese de carpintero y medio albañil como yo; pero que debía cumplir la voluntad de Dios para que reinase en el mundo la verdad, la justicia, el amor y la paz, porque esa era la misión que el Padre le había encomendado.
La verdad es que no hubo ocasión para que me lo explicase despacio y entendí muy poco de lo que me dijo; porque nunca anduve sobrado de luces ni de medios para encenderlas; ya que, siendo niño me llevaban la sinagoga a rezar, pero aunque estaba mandado, me llevaron poco a estudiar. Sé cosas de la Biblia de memoria, pero leo poco y escribo peor porque, al ser pobres, había que empezar pronto a trabajar y con nadie podría haber ido mejor que con José, María y Jesús. Pero con más estudios o menos, creo que fui un privilegiado por conocerles y sentirme apreciado y querido por los tres”.


No sé por qué, pero por veces me parece como si este Jonatán fuese algo pariente mío, y a lo mejor, resulta que somos de la familia; porque alguien que entiende mucho de eso, José Ramón Ónega, entre muchas otras cosas, investigador y autor de “Los judíos en el Reino de Galicia”, siempre me dice que tengo mucho de judío por el físico y por el apellido, ya que por lo visto, cuando se convirtieron -más o menos- al cristianismo para que no los expulsasen de España los llamados Reyes Católicos, algunos adoptaron apellidos de árboles como es el caso de Carballo (roble).

Para los que deseen seguir leyendo en Gallego

Xonatán, un carpinteiro compañeiro de Xesús.



Aproxímase a Semana Santa dos cristiáns e quixera dicir algo sobre o protagonista, o noso principal referente de humanidade e centro da nosa fe relixiosa. Pero fareino ao meu modo e sen pedir o “nihil obstat” do censor competente, botando por diante esta introdución:
En certa ocasión agasalloume o gran amigo e admirado por moitas razóns, Andrés Torres Queiruga, dicíndome que lle gustaría ter a miña capacidade de divulgar, ou dito doutro xeito, de poñer á altura do pobo en xeral, do vulgo, conceptos máis propios de mentes privilexiadas. Esta terminoloxía, evidentemente, non a utilizou el que non ten nada de orgulloso. Con toda sinceridade respondinlle:

-Non. Ti non podes facer iso como podo facelo eu, Andrés. E non podes precisamente por saber moito máis ca min. Ti, como bo intelectual e home de estudo e prestixio ben merecido, tes que utilizar a palabra precisa, a exacta, en cambio eu, por saber menos, podo utilizar sinónimos sen tan sequera ser consciente de se desvirtúo ou non o concepto. Ti, segue inventando pólvora que xa nos encargamos outros de mollala ou de facer con ela foguetes que non levantes dez metros do chan.
Síntome como ante Andrés ante moitas outras persoas cando toco as súas especialidades; pero xa sabe que a ignorancia é moi atrevida e hoxe atrévome con Xesús parándome especialmente na súa infancia, botándolle imaxinación pra suplir o que non nos din os evanxelistas, e grazas a un contemporáneo seu do que casualmente me fixen amigo non hai moito. A partir de aquí é el mesmo quen che conta, en primeira persoa, sufrido lector ou lectora, o que me contou a min. Vai, pois:

“Chámome Xonatán e teño o orgullo de poder presumir de que aprendín a carpinteiro con Xosé no mesmo pequeno taller en que aprendeu tamén Xesús.
Xosé, que home aquel! O seu era pasar desapercibido e, non obstante, tíñaas todas: competente, calado, traballador, servizal, cariñoso, crente... Alguén dixo del que era xusto e bo e con iso está dito todo; pero había que tratalo, pra darse conta do que esas dúas palabras significaban nel, porque xusto pra nós non significa só o que actúa con xustiza conforme á lei, senón o que é íntegro, perfecto, e polo tanto bo en todo momento, parecéndose así a Deus que é a suma bondade.

Pra que dicir unha cousa por outra? Tanto comigo coma con Xesús, que tamén empezou moi novo a aprender o oficio de carpinteiro, era esixente. Non tardamos en darnos conta de que se nos esixía era polo noso ben e polo ben dos que o día de mañá puidesen facernos algún encargo. Era honrado a máis non poder. Nin facía nin deixaba facer cousa ningunha pola que non se puidese responder. De tan honrado que era, nunca deixou de ser pobre. E non quero con iso dicir que non haxa ricos honrados; pero moitos son ricos á costa dos pobres.
Falaba o necesario; pero daba a impresión de que sempre gardaba alá no máis profundo de si mesmo un gran segredo, ou un gran misterio.




E a súa muller, María? Uf! Eu cheguei a quererlle tanto como a miña propia nai. Tamén lle debo case tanto como a ela. Moitos e moi bos consellos deume e, aínda que non mos dese, só con fixarse nela sentíase un chamado a facer o ben e a facelo ben. Bo, deume consellos e xantares, que case nunca me deixaba ir xantar á miña casa, e iso que non estaba lonxe; pero eramos aínda máis pobres que eles e máis bocas que alimentar.

María era tenra, traballadora, sempre disposta a axudar e, por encima de todo, piadosa. Non sentido de devota ou piadosa con Deus e apiadada ou compasiva cos demais. Pero non vaiades pensar que era unha remilgada na súa piedade, ou o que se adoita entender como unha beata ¡Diso nada!
Un día que a observei mentres rezaba dicía máis ou menos isto: "Magnifica a miña alma ao Señor que desmonta do poder aos que o usan pra oprimir e eleva aos oprimidos; porque sempre se fixa nos humildes?. ¡Case nada! Desde entón tamén eu deixei de pensar en Deus como algo moi distante e empecei a sentilo como alguén moi próximo.
Non me estraña que Xesús saíse como saíu, criándose no fogar en que se criou, e, con todo, alí todo parecía en grao sumo normal e sinxelo, polo clima cariñoso e cálido que reinaba.

Xesús era intelixente. ¡Moi intelixente! Pero había cousas que tamén lle custaba traballo dar aprender. O mesmo que eu e que todos ía aprendendo ao paso que ía crecendo. Podo estar equivocado, pero a min paréceme que durmía pouco. Eu creo que pasaba horas repetindo de memoria salmos e rezando oracións que o mesmo compoñía; porque cando se falaba de Deus era coma se ilumináseselle o rostro. Claro, ao durmir pouco, non se centraba como cómpre no traballo e máis dunha vez pegouse algunha martelada nos dedos; pero tiña unha de bo, que, aínda que se lastimase ou non lle saísen as cousas ao dereito, nunca reaccionaba violentamente nin con malas palabras nin con malos modos.
Recordo que una ou dúas veces quedouse quedo como traspuesto, ou ensimesmado, como prendido doutros pensamentos. Eu, pensado que lle pasaba algo, chameille; pero José díxome: ?Déixalle, déixalle. Non che preocupes. Xa unha vez cando tiña doce anos sorprendeunos moito alá en Jerusalén á súa nai, a min e aos sacerdotes do gran Templo, todos eles moi doctos?.
E seguiu dicindo algo que entón non comprendín: ?A adolescencia é unha bonita etapa, pero difícil; porque nela póñense as bases do que será cada un máis adiante. Vaise afianzando a personalidade e os fillos facedes cousas que non sempre entendemos ben os pais?.

Tiña moita curiosidade por saber de todo. Fixábase en canto rodeábao e sabía os nomes de todos os paxaros e de todas as flores. Pero, por nada do mundo desfaría un niño de pajaritos. E as flores que máis lle extasiaban eran os lirios. Destas si que cortaba algunhas pra levarlle de cando en vez á súa nai un ramito que ela poñía en lugar ben visible como un agasallo pra todas as miradas.
Naquela época eramos todos bastante relixiosos. Ao principio obrigábannos, pero acababamos aceptándoo por convicción. El superábanos con moita diferenza; pero iso si, sen fanatismos. E outra cousa que tiña é que era moi crítico especialmente cos intolerantes e cos que, como lle oín dicir unha vez, atan cargas demasiado pesadas pra os outros en nome de Deus; pero moi lixeiras pra eles, en nome do mesmo Deus. Chegaba a enfadarse falando de formas de religiosidad deshumanizadas e excesivamente centradas no culto en detrimento da verdadeira xustiza. Iso levou a facer algo que me contaron e cústame moito crer: A facer un látigo con cordo e expulsar da explanada do Templo, onde se celebraba o mercado, a traficantes de animais pra sacrificios que tiñan que pagar comisión aos sacerdotes. Si foi así asinou nese momento a súa sentenza de morte.



José tampouco pasaba por alto esas formas de entender a relixión como algo externo facilmente substituíble segundo as conveniencias.
Por nada deixaba as súas prácticas piadosas cotiás, nin de ir os sábados á sinagoga, nin de acudir cos seus pais a Jerusalén nalgunha das festas principais, como eran as de Pascua, de Pentecostés ou dos Tabernáculos. Nunha desas foi cando lles deu o desgusto.

Unha vez na sinagoga do pobo , cando xa eramos adultos, comentando un pasaje do profeta Isaías, ousou dicir que coa forza do Espírito viña pra dar a vista aos cegos, facer oír aos xordos, poñer a andar aos paralíticos e anunciar a Boa Noticia aos pobres. Aquilo sentoulles moi mal a algúns veciños que o increparon dicindo: Quen che crees que es? Seica non son os teus pais José e María?
Foi entón cando se botou a predicador ambulante. Menos mal que José xa morrese como un santo, que si non ía sentir que quedase soa María, aínda que soa, soa non quedou, porque era algo así como un pouco familiar de todos, xa que todos queriámola, pra todos tiña un sorriso, por todos preocupábase e a todos axudaba.



Antes de irse Xesús díxome en confianza que sentía deixar o oficio, porque o traballo, tantas veces escuro, calado e anónimo é o verdadeiro sostén do mundo, a mellor forma de realizarse e un xeito de colaborar co Creador. E tamén me advertiu do que, lamentablemente resultou certo, como non podía ser doutro xeito, como lles ocorreu a outros profetas, homes de Deus comprometidos con facer o ben e denunciar o mal, que probablemente tivese que chegar ao extremo de dar a súa vida en sacrificio.

Encargoume que non deixase de estar pendente de María e díxome con certa tristeza que presentía que ía ter máis complicaciones na nova misión que tiña que cumprir, que lasque tería si seguise de carpintero e medio albañil como eu; pero que debía cumprir a vontade de Deus pra que reinase no mundo a verdade, a xustiza, o amor e a paz, porque esa era a misión que o Pai encomendoulle.
A verdade é que non houbo ocasión pra que mo explicase amodo e entendín moi pouco do que me dixo; porque nunca andei sobrado de luces nin de medios pra acendelas; xa que, sendo pícaro levábanme a sinagoga a rezar, pero aínda que estaba mandado, leváronme pouco a estudar. Sei cousas da Biblia de memoria, pero leo pouco e escribo peor porque, ao ser pobres, había que empezar pronto a traballar e con ninguén podería haber ido mellor que con José, María e Xesús. Pero con máis estudos ou menos, creo que fun un privilexiado por coñecerlles e sentirme apreciado e querido polos tres?.

Non sei por que, pero por veces paréceme coma se este Jonatán fose algo parente meu, e se cadra, resulta que somos da familia; porque alguén que entende moito diso, José Ramón Ónega, entre moitas outras cousas, investigador e autor de ?Os xudeus no Reino de Galicia?, sempre me di que teño moito de xudeu polo físico e polo apelido, xa que polo visto, cando se converteron -máis ou menos- ao cristianismo pra que non os expulsasen de España os chamados Reis Católicos, algúns adoptaron apelidos de árbores como é o caso de Carballo (carballo).

Volver arriba