Zacarías, discípulo de Jesús que se alejó y retornó (I)

Versión en castellano y a continuación en gallego



Para mi anterior colaboración conté con la ayuda de un artesano contemporáneo de Jesús, gracias a un túnel del tiempo antiquísimo que nos permitió ponernos en contacto. Hoy es otro personaje de tiempos lejanos, un discípulo decepcionado de Jesús, el que nos acompaña y relata su experiencia aportando un elenco de menajes e los que nos hace partícipes de su experiencia. Tratándose de interpretaciones subjetivas de hechos que nos narran los cuatro evangelios, pueden ser discutibles algunas de esas interpretaciones.

Transcribo lo que me contó; pero lo voy a hacer en dos capítulos para no alargare demasiado en uno solo. Esto es:

Mi nombre es Zacarías y seguí la Jesús de cerca durante algo más de dos años desde que seleccionó a aquellos 72 hasta la multiplicación de los panes, o mejor dicho, hasta que, después de este milagro, quisimos proclamarlo rey y el no aceptó. No fui del grupo conocido cómo el de los 12, pero tenía mucha relación con ellos y trataba de escuchar a Jesús siempre que podía, aunque tuviese que hacer largas caminatas.
Su negativa a ser nuestro líder produjo mucha decepción y desencanto en los que aguardábamos un liberador político
que se pusiera al frente del pueblo dominado para sacudir el yugo de los romanos y hacer una limpieza en tanta corrupción política y religiosa como había en Palestina. Se dijo que, como había multiplicado los panes y los peces, queríamos un rey que nos mantuviese de balde. No va por ahí cosa. Lo que queríamos era que nos ayudase a sacudir el yugo de los tributos que teníamos que pagar a los romanos y de ahí para bajo a Herodes, rey de paja, y no a sé cuantas instituciones más que nos querían hacer creer que nos eran necesarias y lo que hacían era bebernos el sudor.



Necesitábamos un líder que empuñara con brío la espada en nombre de Elohim el Dios soberano, el Señor de los Ejércitos, y devolviera a nuestra nación el esplendor, ya no digamos de los tiempos de Salomón, pero por lo menos de cuando Jerusalén era capital del Reino de Xudá o del Sur. Pero él dejaba pasar el tiempo hablando de un Dios, Padre bueno y misericordioso, que acoge y hace fiesta por hijo que se fue y vuelve maltrecho, de que el Reinado de Dios es como el fermento en la masa y cosas así.

Nosotros alentábamos el odio contra los enemigos extranjeros que ocupaban nuestras tierras, las tierras prometidas por Dios a nuestro padre Abraham, y contra los de nuestra raza que no defendían la identidad e independencia de nuestro pueblo; y El respondía con parábolas de samaritanos que amaban al próximo y con utópicas afirmaciones de que el extranjero también es un hermano.

Nosotros luchábamos en la guerrilla, por no tener un ejército como y es debido, tratando de conseguir la liberación, de aplastar al enemigo y no dejarnos aplastar por él, y, en cambio, Jesús hablaba de que la liberación del hombre es mucho más profunda y duradera que la que depende de uno o de otro amo y señor de este mundo.

Aguardábamos un estratega que dirigiera la resistencia, y él propuso en el Sermón del Monte un programa basado en la pobreza de espíritu, en la aceptación de los sufrimientos, en llorar con quien llora, en la compasión, en la rectitud de corazón o de intenciones...

Pienso que Judas Iscariote hizo lo que hizo y llegó a entregarlo, porque veía que pasaba el tiempo, que sus seguidores iban a menos y que él no acababa de ser el líder que muchos aguardábamos que fuese. Esto es sólo un pensar mío; porque, en realidad, ¿quién conoce los pensamientos más íntimos que pueden anidar en cada cerebro? Judas era muy reservado, muy cerrado en sí mismo. ¡Cuanto sufriría antes y después de tomar las determinaciones de venderlo primero con un beso de amigo, y luego, de destruirse a sí mismo por fuera, ya que por dentro bien destruido estaba!

Por mi manera de hablar es fácil darse cuenta de que yo era un militante del grupo de los zelotes fundado por Judas el Galileo, casi contemporáneo de Jesús y del Iscariote, que también era zelote. Muchos amigos míos optaban por la resistencia violenta y pensaban como yo; pero en realidad nosotros no fuimos quien lo mató a pesar de la decepción causada porque no resultase ser un guerrillero como nosotros.

Su muerte fue el resultado de muchos factores y de una confabulación traidora de enemigos entre sí, pero unidos al considerarlo, cada uno por sus razones, como enemigo común: saduceos, fariseos, herodianos, romanos…

Ahora sé que él defendía los intereses de los más desprotegidos, de aquellos a los que poco les importa quien mande, porque en ellos mandan todos y lo que necesitan es quien sirva.
Defendiendo los intereses de los más débiles estaba yendo en contra de los intereses de los más fuertes y eso fue peligroso siempre, antes de él, con él y después de él. El poder por sí mismo tiende a apartar de su camino a los que dificultan el paso para conseguirlo o la estabilidad para conservarlo.



Las autoridades religiosas de los judíos, en su mayoría saduceos, lo condenaron, sin razón, por blasfemo contra Dios, del que decía ser Hijo, y contra el Templo que intentó purificar; además de haber dicho que había llegado la hora de glorificar a Dios en espíritu y en verdad, no entre columnas de mármoles con capiteles de oro y velos púrpura y escarlata de lino refinado de 10 centímetros de espesor, como el que ocultaba a Dios en el Templo y se rajó arriba abajo a la hora de la muerte de Jesús, porque ya no había lugar para seguir separando a Dios de los hombres y mujeres. Pero ante las autoridades romanas lo acusaron de revolucionario que animaba al pueblo a la sublevación contra el emperador de Roma, haciéndole ver a su representante en gobernador que si no actuaba contra él podía perder el cargo e incluso la vida.

Los fariseos, aunque no se llevaban bien con los saduceos, y entre los que Jesús tenía algún admirador, no salieron en su defensa, porque había arremetido contra su hipocresía y contra la interpretación deshumanizada de la Ley, que ellos hacían, como si Dios diese sus leyes para hacer al hombre esclavo de ellas y no las diese para servir al hombre y ayudarle a ser más libre”.

Dios mediante seguimos la próxima semana.

En galego

Prá miña anterior colaboración contei coa axuda dun artesán contemporáneo de Xesús, grazas a un túnel do tempo antiquísimo que nos permitiu poñernos en contacto, a imaxinación. Hoxe é outro personaxe tamén daqueles tempos, un discípulo decepcionado de Xesús, o que nos acompaña e relata a súa experiencia aportando un elenco de mensaxes nos que nos fai partícipes da súa experiencia. Tratándose de interpretacións subxectivas de feitos que nos narran os catro evanxeos, poden ser discutibles algunhas desa interpretacións.

Transcribo que me contou; pero fareino en dous capítulos pra no alargare demasiado nun só. Isto es:

“Eu seguín a Xesús de preto durante algo máis de dous anos desde que entrecolleu a aqueles 72 ata a multiplicación dos pans, ou mellor dito, ata que, despois deste milagre, quixemos proclamalo rei e el non aceptou. Non fun do grupo coñecido como o dos 12, pero tiña moita relación con eles e trataba de escoitar a Xesús sempre que podía, aínda que tivese que facer longas camiñadas.

A súa negativa a ser o noso líder produciu moita decepción e desencanto nos que agardabamos un liberador político que se puxese á fronte do pobo asoballado pra sacudir o xugo dos romanos e facer unha limpeza en tanta corrupción política e relixiosa como había en Palestina. Díxose que, como multiplicara os pan e os peixes, queríamos un rei que nos mantivese de balde. Non vai por aí cousa. Queríamos que nos axudase a sacudir o xugo dos tributos que tiñamos que pagar ós romanos e de aí pra baixo a Herodes, rei de palla, e non sei cantas institucións máis que nos querían facer crer que nos eran necesarias e no bebían a suor.

Necesitabamos un líder que empuñase con brío a espada en nome de Elohim o Deus soberano, o Señor dos Exércitos, e devolvese á nosa nación o esplendor, xa non digamos dos tempos de Salomón, pero polo menos de cando Xerusalén era capital do Reino de Xudá, ou do Sur. Pero el deixaba pasar o tempo falando dun Deus, Pai bo e misericordioso, que acolle e fai festa polo fillo que se foi e volve magoado¬, de que o Reinado de Deus é coma o fermento masa e cousas así.

Nós alentabamos a xenreira contra os inimigos estranxeiros que ocupaban as nosas terras, as terras prometidas por Deus ó noso pai Abraham, e contra os da nosa raza que non defendían a identidade e independencia do noso pobo; e el respondía con parábolas de samaritanos que amaban ó próximo e con utópicas afirmacións de que o estranxeiro tamén é un irmán.

Nós loitabamos na guerrilla, por non ter un exército como e debido tratando de acadar a liberación, de esmagar ó inimigo e non deixarnos esmagar máis por el, e, en troques, Xesús falaba de que a liberación do home é moito máis profunda e duradeira ca que depende dun ou doutro amo e señor deste mundo.

Agardabamos un estratega que dirixise a resistencia, e el propuxo no Sermón do Monte un programa baseado na pobreza de espírito, na aceptación dos sufrimentos, en chorar con quen chora, na misericordia, na rectitude de corazón ou de intencións...

Penso que Xudas Iscariote fixo o que fixo e chegou a entregalo, porque vía que pasaba o tempo, que os seus seguidores ían a menos e que el non acababa de ser o líder que moitos agardabamos que fose. Isto é só un pensar meu; porque, en realidade, quen sabe os pensamentos máis íntimos que poden facer niño nos miolos de cada quen? Xudas era moi reservado, moi pechado en si. Canto sufriría antes e despois de tomar as determinacións de vendelo primeiro cun bico de amigo, e logo, de destruírse a si mesmo por fóra, que por dentro xa ben destruído estaba!

Pola miña maneira de falar é doado darse conta de que eu era un militante do grupo dos celotes fundado por Xudas o Galileo, case contemporáneo de Xesús e do Iscariote, que tamén era celote. Moitos amigos meus estaban pola resistencia violenta e pensaban coma min; pero en realidade nós non fomos quen o matou a pesares da decepción causada porque non fose un guerrilleiro coma noutros.

A súa morte foi o resultado de moitos factores e dunha confabulación traizoeira de inimigos entre si, pero unidos en consideralo, cada un polas súas razóns, como inimigo común: saduceos, fariseos, herodianos, romanos…

Agora sei que el defendía os intereses dos máis desprotexidos, de aqueles ós que pouco lles importa quen mande, porque neles mandan todos e o que necesitan é quen sirva.

Defendendo os intereses dos máis febles estaba indo en contra dos intereses dos máis fortes e iso foi perigoso sempre, antes del, con el e despois del. O poder por si mesmo tende a apartar do seu camiño ós que atrancan o paso pra conseguilo ou a estabilidade pra conservalo.

As autoridades relixiosas dos xudeus, na súa maioría saduceos, condenárono, sen razón, por blasfemo contra Deus, do que dicía ser Fillo, e contra o Templo que intentou purificar; ademais de ter dito que chegara a hora de glorificar a Deus en espírito e en verdade, non entre columnas de mármores con capiteis de ouro e veos púrpura e escarlata de liño fino de 10 centímetros de espesor, coma o que ocultaba a Deus no Templo e que rachou de riba a baixo á hora da morte de Xesús, porque xa non había lugar pra seguir separando a Deus dos homes e mulleres. Pero ante as autoridades romanas acusárono de revolucionario que animaba ó pobo á sublevación contra o emperador de Roma, facéndolle ver ó seu representante, o gobernador Poncio Pilatos, que se non actuaba contra el podía perder o cargo e incluso a vida.

Os fariseos, aínda que non se levaban ben cos saduceos, e entre os que Xesús tiña algún admirador, non saíron na súa defensa, porque arremetera contra a súa hipocrisía e contra a interpretación deshumanizada da Lei, que eles facían, coma se Deus dese as súas leis pra facer ó home escravo delas e non as dese a elas pra servir ó home e axudarlle a ser máis libre”.

Deus mediante, seguimos a semana que vén.

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