¿De quién fue y es competencia el papel higiénico en la sanidad pública? (II)

(En castellano y a continuación en galego)

Lamento profundamente dejar sufriendo a algunos desde hace ocho días. Nunca uno las tiene todas presentes y no me di cuenta de que hay personas con los humores de los hipocondrios tan descompensados que sufren una terrible enfermedad que consiste en sentir los síntomas de todas las que van encontrando en los compañeros de camino. Dos lectores veladamente me acusaron de ser yo la causa de que no les anduviese el vientre en estos últimos ocho días. Era lo que me faltaba ahora, ¡a mi edad!



Permítanme detenerme un ratito en la temible Hipocondria. No le deseo este mal ni al peor enemigo, sobre todo desde que supe de uno médico que se volvió hipocondríaco desde que tenía la plaza en propiedad. Era un médico de los de antes, de los especialistas en todas las disciplinas y, atendiendo en su casa a una parturienta, también él rompió aguas. Una vecina, partera ella de oído, quiero decir sin partitura, y conocida como “La Gaceta”, se dedicó a pregonar que Don Epifanio incluso dilatara; cosa muy poco probable, porque con los primeros empujes se desvaneció, como nos pasaría a la mayoría de los hombres. Tuvo que dejar la profesión y no falta quien lo compara con Argán, el Enfermo Imaginario de Molière; pero no. No cabe compararación; porque Don Epifanio no anda maquinando casorios como Argán. Está recluido en su habitación y mata el tiempo no viviéndolo, de paso que se embota un poco más cada día con los ojos fijos en el televisor mirando dibujos animados en japonés, pero sin traducir, ni subtitulados, ni diccionario.

Este trabajito es divulgativo; pero si pretendiese darle rigo científico cabría decir algo del síndrome de “Couvade”, por el que algunos padres al comienzo y al final del embarazo de la mujer sufren síntomas semejantes a los de la preñada, aunque cotejado el ADN no sean el verdadero progenitor. Y de ahí se podría dar el salto al ñandú, esa especie del Viejo Mundo semejante a los avestruces, pero más pequeña, en la que no es infrecuente que sea el macho quien se mete en cama pra incubar los huevos, mientras la hembra va a buscar la subsistencia. No acierto a entender como no está ya en marcha “La Semana del Ñandú Común”, debido al dimorfismo sexual de algunos individuos de la misma especie.

A ver si no perdemos el hilo. Quedábamos en que a las siete de la mañana de un infausto día del año 1985 en el Hospital General-Calde de Lugo, había pedido este servidor papel higiénico pra hacer frente a una necesidad perentoria y compulsiva al incluso tiempo.

Serían alrededor de las nueve y media, cuando entró en la habitación dejando abierta de par en par la puerta, la CHDL., (Chica De la Limpieza), que más bien debería ser SDL (Señora De la Limpieza) aunque ella debía pensar que seguía siendo CH; porque llevaba una minifalda que le quedaba como un rifle de caza mayor a uno San Francisco de Asís. Al vela llegar, también creí ver el cielo abierto y pensé que por fin podría abrir placenteramente mis esfínteres más pudibundos antes de que pudieran relajarse, debido a la prolongada sobrecarga a que estaban sometidos, dando lugar a momentos de bochorno cuando les tocase el turno a las HDCH, (Hacedoras De Camas Hospitalarias).
De manera que, muy amablemente, volví la implorarle, disimulando mi angustia, el nunca tan deseado papel.


Ella, también con muchísima amabilidad, interrumpió el "Onditas vienen" que, como oración matutina, canturreaba en son de salmodia, y me contestó:
-Tan presto acabe de pasarle la fregona a la planta ya se lo traigo de contadito; pero aún me queda todo el otro lado y lo que te rondaré, morena.



Recé un Padrenuestro implorando el milagro de que no se produjera una descarga intempestiva antes de que la CHDL rematara de pasarle la fregona al te rondaré, morena.

Según me contó luego el vecino de habitación, de sobrenombre el TTB, (Trescientas Treinta B) que había salido fumar un cigarrillo medio clandestino al descanso de las escaleras generales, exponiendo, orgulloso y arrogante, a la contemplación de cantos subieran o bajaran sus casi esqueléticas canillas, que navegaban con soltura en unas flojas chancletas de color rosa y el pijama que un día había tenido color y que con el tiempo había perdido color y diez centímetros por lo menos en cada pernera.

Decía, o más bien quería decir, que, segundo él, mi transitorio compañero de habitación, cuando la CHDL acabó su trabajo, se encontró allí mismamente delante de él, en el descanso de la escalera con una compañera de otra planta a la que le preguntó qué número del cupón de la ONCE había salido premiado la víspera por la noche y, ante la respuesta de la otra no se le ocurrió nada mejor que exclamar:
-¡Santo Dios! ¡Por dos números! ¡Nunca tanto me aproximé como esta noche!


¡Buena la hizo!, porque le respondió la otra con malos modos que si se aproximara como debía, en virtud del débito matrimonial, no andaría su marido olfateando casi todas las noches a ver se encontraba a quien aproximarse.

Mientras tanto, yo seguía impotente y por fortuna inoperante, sintiendo en lo más íntimo de mi mismo aproximarse lenta pero irremisiblemente a su salida, lo que por ley natural tenía que salir con papel higiénico o sin él.

Aquel día no tomé ni un simple sorbo de café al desayuno pra evitar que la ingesta actuara de baqueta armamentística seguida de maza de percusión.

A todo esto, ahí por las diez cuarenta y cinco, le cuadró de pasar a la TDTA, (Tomadora De Tensión Arterial), que disponía de un horario bastante flexible y que guardaba con encomiable circunspección datos no transferibles, como pude deducir al experimentar que nunca logré que me revelara la tensión que indicaba la maquinita que yo tenía. Me parecía injusto el hecho de no revelármela a diario. Lo vivía silenciosamente como un espolio de algo muy mío aprovechando mi estado de indefensión, ya que, si la tensión era mi tensión y sólo mía, ni siquiera inducida por fármacos, dieta o estrés hospitalario, debía ampararme el derecho a conocer algo de mi exclusiva propiedad.

Andando el tiempo y consultado el Aranzadi llegué a la conclusión de que cuando hay legislación por medio las realidades dejan de ser simples para transformarse en poliédricas. Estaba yo en un craso error que me llevaba a emitir juicios temerarios.

No me amparaba derecho ninguno particular, porque por encima del bien individual está el bien común, del que dimanan casi todas las órdenes de expropiación. Intento explicarme:

La tensión, por ser tan mutante, tanto a la alza como a la baja, no puede considerarse, salvo raras excepciones, como un ente congénito, ni endógeno, ni hereditario. Y, aunque en circunstancias normales se diese por bueno que la tensión arterial o su equivalente, la presión sanguínea, fuera del paciente hospitalizado, el conocimiento de la misma es en principio de la TDTA debidamente capacitada y autorizada, e incluso en la parte alícuota correspondiente puede ser considerada a dicha tensión como propiedad de la colectividad, o cuando menos, segundo otros autores, la colectividad puede considerarse dueña de ciertos emolumentos usufructuarios, por ser obtenido el conocimiento de la misma mediante instrumental privado pero de uso público, o a la viceversa, adquirido con dinero de los presupuestos de las administraciones competentes en la materia. Tal es también el caso de los fonendos, sillas de ruedas y pañales, propios e intransferibles de cada hospital de la red pública, independientemente de la marca o modelo, que ahí es donde pueden entrar los tanto a cientos de financiación en B a los partidos políticos.



Siendo esto así, lo de la tensión, no lo de los partidos, me asalta una nueva duda: ¿Cómo puede justificarse que yo no pueda conoce mi tensión al ponerme siempre de espaldas la pantallita del tensiómetro, pero en cambio pueda conocer la mía el vecino de habitación o yo la suya a través de la misma pantalla indefectiblemente orientada de espaldas al interfecto? Habrá que modificar la ley y me extraña que no esté ya trabajando en eso alguna comisión parlamentaria de partidos que tanto abogan por el ansiado cambio.

Si todo sigue su cauce también seguiremos dentro de ocho días, pero, por favor, no me hagan volver a sentir mal. Están cayendo las once de aquel fatídico día y por las trece estaba resuelto el problema.

En galego
¿De quen foi e é competencia o papel hixiénico na sanidade pública? (II)

Lamento profundamente deixar sufrindo a algúns desde fai oito días. Nunca un as ten todas presentes e non me din conta de que hai persoas cos humores dos hipocondrios tan descompensados que sofren unha terrible enfermidade que consiste en sentir os síntoma de todas as que van atopando nos compañeiros de camiño. Dous lectores disimuladamente acusáronme de ser eu a causa de que non lles andase o ventre nestes últimos oito días. Era o que me faltaba agora á miña idade!

Permítanme determe un chisquiño nisto da Hipocondria. Non lle desexo este mal nin ó peor inimigo, sobre todo desde que souben dun médico que se volveu hipocondríaco desde que tiña a praza en propiedade. Era un médico dos de antes, dos que eran especialistas en todas as disciplinas e atendendo nunha casa a unha parturenta, tamén el rompeu augas. Unha veciña, parteira ela de oído, quero dicir sen partitura, e coñecida como “A Gaceta” dedicouse a pregoar que Don Epifanio ata dilatara; cousa moi pouco probable, porque cos primeiros empuxes desmaiouse, como nos pasaría á maioría dos homes. Tivo que deixar a profesión e mesmo hai quen o compara con Argán, o Enfermo imaxinario de Molière; pero non. Non hai comparanza; porque Don Epifanio non anda maquinando casoiros coma Argán. Está recluído na súa habitación e mata o tempo non vivíndoo de paso que apampa cara a tele mirando debuxos animados en xaponés, pero sen traducir, nin subtitulados, nin dicionario.

Este traballiño é divulgativo; pero se fose de rigor científico cabería dicir algo do síndrome de “Couvade” polo que algúns pais ó comezo e ó remate do embarazo da muller senten síntomas semellantes ós da preñada aínda que polo ADN non sexan o verdadeiro proxenitor. E de aí saltaríamos ó ñandú, esa especie do Vello Mundo semellante ós avestruces, pero máis pequerrecha na que non é infrecuente que sexa o macho quen se mete na cama pra chocar os ovos, mentres a femia vai buscar con que manterse. Non atino a entender como non está xa en marcha a Semana do Ñandú Común, debido ó dimorfismo sexual dalgúns individuos da mesma especie.

A ver se non perdemos o fío. Quedabamos en que às sete da mañá dun infausto día do 1985 no Hospital Xeral-Calde de Lugo pedira este servidor papel hixiénico pra facer fronte a unha necesidade perentoria e compulsiva ó mesmo tempo.

Serían ó redor das nove e media, cando entrou na habitación deixando aberta de par en par a porta, a CHDL., (Chica Da Limpeza), que máis ben debería ser SDL (Señora Da Limpeza) aínda que ela debía pensar que seguía sendo CH; porque levaba unha minisaia que lle quedaba como un rifle de caza maior a un San Francisco de Asís. Ó vela chegar, tamén crin ver o ceo aberto e pensei que por fin podería abrir pracenteiramente os meus esfínteres máis pudibundos antes de que puidesen relaxarse debido á prolongada sobrecarga a que estaban sometidos dando lugar a uns momentos de bochorno cando lles tocase a quenda ás FDCH, (Facedoras De Camas Hospitalarias).

De maneira que, moi amablemente, volvín a implorarlle, disimulando a miña angustia, o nunca tan desexado papel.

Ela, tamén con moitísima amabilidade, interrompeu o "Onditas veñen" que, como oración matutina, canturreaba en son de salmodia, e contestoume:
-Tan presto acabe de pasarle la fregona a la planta xa llo traio de contadito; pero aínda me queda todo o outro lado y lo que te rondaré, morena.

Recei un Padrenuestro implorando o milagre de que non se producise unha descarga intempestiva antes de que a CHDL rematase de pasarlle a fregona ó te rondaré, morena.

Segundo me contou logo o veciño de habitación, de sobrenome o TTB, (Trescentas Trinta B) que saíra fumar un cigarro medio clandestino ó descanso das escaleiras xerais, expoñendo, fachendoso e arrogante, á contemplación de cantos subisen ou baixasen os súas case esqueléticas canelas, que navegaban con soltura nunhas frouxas chancletas de cor rosa e o pixama que un día tivera cor e que co tempo perdera cor e dez centímetros polo menos en cada perneira.

Dicía, ou máis ben quería dicir, que, segundo el, meu transitorio compañeiro de habitación, cando a CHDL acabou o seu traballo, atopouse alí mesmo diante del, no descanso da escaleira cunha compañeira doutra planta á que lle preguntou que número do cupón da ONCE saíra premiado a véspera pola noite e, ante a resposta da outra non se lle ocorreu nada mellor que exclamar:
-¡Santo Dios! ¡Por dous números! ¡Nunca tanto me aproximei como esta noite!

¡Boa a fíxo!, porque lle respondeu a outra con malos modos que se se aproximase como debía, en virtude do débito matrimonial, non andaría o seu marido pescudando case todas as noites a ver se atopaba a quen aproximarse.

Mentres tanto, eu seguía impotente e por fortuna inoperante, sentindo no máis íntimo de min mesmo aproximarse lenta pero irremisiblemente á súa saída, o que por lei natural tiña que saír con papel hixiénico ou sen el.
Aquel día non tomei nin un simple sorbo de café ó almorzo pra evitar que a inxesta actuase de baqueta armamentística seguida de maza de percusión.

A todo isto, aí polas dez corenta e cinco, cadroulle de pasar á TDTA, (Tomadora De Tensión Arterial), que dispoñía dun horario bastante flexible e que gardaba con encomiable circunspección datos non transferibles, como puiden deducir ó experimentar que nunca logrei que me revelase a tensión que indicaba a maquinita que eu tiña. Parecíame inxusto o feito de non revelarma a diario. Vivíao silenciosamente como un espolio de algo moi meu aproveitando o meu estado de indefensión, xa que, se a tensión era a miña tensión e só miña, nin sequera inducida por fármacos, dieta ou estrés hospitalario, debía ampararme o dereito a coñecer algo da miña exclusiva propiedade.

Andando o tempo e consultado o Aranzadi cheguei á conclusión de que cando hai lexislación por medio as realidades deixan de ser simples pra transformarse en poliédricas. Estaba eu nun craso error que me levaba a emitir xuízos temerarios.

Non me amparaba dereito ningún particular, porque por encima do ben individual está o ben común, do que dimanan case todas as ordes de expropiación. Intento explicarme:

A tensión, por ser tan mutante, tanto a alza como á baixa, non pode considerarse, salvo raras excepcións, como un ente conxénito, nin endóxeno, nin hereditario. E, aínda que en circunstancias normais se dese por bo que a tensión arterial ou a súa equivalente, a presión sanguínea, fose do paciente hospitalizado, o coñecemento da mesma é en principio da TDTA debidamente capacitada e autorizada, e ata na parte alícuota correspondente pode ser considerada a devandita tensión como propiedade da colectividade, ou cando menos, segundo outros autores, a colectividade pode considerarse dona de certos emolumentos usufructuarios, por ser obtido o coñecemento da mesma mediante instrumental privado pero de uso público, ou á viceversa, adquirido con diñeiro dos orzamentos das administracións competentes na materia. Tal é tamén o caso dos fonendos, cadeiras de rodas e cueiros, propios e intransferibles de cada hospital da rede pública, independentemente da marca ou modelo, que aí é onde poden entrar os tanto por centos de financiamento en B ós partidos políticos.

Sendo isto así, o da tensión, non o dos partidos, asáltame unha nova dúbida: Como pode xustificarse que eu non poida coñece a miña tensión ó poñerme sempre de costas a pantallita do tensiómetro, pero en cambio poida coñecer a miña o veciño de habitación ou eu a súa a través da mesma pantalla indefectiblemente orientada de costas ó interfecto? Haberá que modificar a lei e estráñame que non estea xa traballando niso algunha comisión parlamentaria de partidos que tanto avogan polo ansiado cambio.

Se todo segue a súa canle tamén seguiremos dentro de oito días, pero, por favor, non me fagan volver a sentir mal. Están caendo as once daquel fatídico día e polas trece estaba resolto o problema.

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