Visitar el colegio significa retroceder en el tiempo a los años 50 o ingresar en la cámara de los horrores educativos. La secundaria es un barracón de madera con techo de hoja, una única estancia enorme separada por toscos y cortos paneles con un pasillo lateral, así que seguro que se oye todo. ¿Cómo podrán dar clases ahí, enterarse de algo y librarse del dolor de cabeza?
Se aprecian también algunas carpetas (pupitres), pero doy fe de que había muchísimos más alumnos de lo que marcan las normas, salones con 50 muchachos, amontonados sobre mesas, los codos topándose, hacinados como anchovetas en lata. Incluso vi a dos adolescentes sentados en la misma silla, medio poto para cada uno, pero me dio roche fotografiarles.
Desde 1953 el Vicariato era el dueño legal de todo el pueblo. Tras una bonita historia de liberación, generosidad y desarrollo, finalmente cada familia tandrá el título de propiedad de su propia casa, la que habita hace decenios.
Era imprescindible también para facilitar la inversión estatal en servicios, que se había visto frenada todo este tiempo y durante años sustituida por la acción de la Iglesia.
Lo cuenta el p. Ángel Almansa, misionero del IEME y párroco de Aucayo.
El Bautismo acá va mucho más allá del aspecto meramente religioso, hunde sus raíces en lo profundo de esta cultura porque es la palanca del compadrazgo: el vínculo sagrado entre familias, el parentesco espiritual cargado de responsabilidades y obligaciones recíprocas bien serias.
Es también el momento para tratar problemas y situaciones de la cruda realidad cotidiana. Son poblaciones pequeñas, casi totalmente abandonadas por el Estado, donde no hay electricidad, ni agua potable, ni saneamientos; con una precaria atención a la salud y escuelas catastróficas. Y además amenazadas por los depredadores de la selva: madereros, mineros, petroleros.
“La desigualdad tiende a perpetuarse hasta la muerte. Un elemento de ello es la brecha de desnutrición que refuerza las brechas en los logros y aprendizajes y éstas marcan la inserción laboral desigual; lo que, a su vez, determina las brechas en el acceso al bienestar durante la vida activa, y marca un acceso desigual a la jubilación. Se afecta todo el ciclo de vida.” (Pilar Arroyo)
Muchas veces en mi vida he experimentado el bien que me hace irme a estar con la gente sencilla, el pueblo menudo. Cuando me he sentido bajo de ánimo, afligido, mustio o desazonado, simplemente mezclarme con las personas, escuchar, mirar, quedarme a su lado, cerca, en sus cosas, me ha espabilado y entonado. No se pueden imaginar el efecto que me causa cada mano que estrecho, cada gesto cordial que reflejo. Desde luego no eliminan el pesar no, pero alivian, suavizan, como un lenitivo amable o una caricia certera.
Un nombramiento intencional y preciso, deliberado sin diseños ni intentos, y exquisitamente acertado. El compromiso con los más pobres, el acompañamiento a los migrantes, la solidaridad, la caridad política, la presencia eficaz en las periferias... constituyen un ámbito de la vida y misión tan crucial que amerita colocar a obispos capacitados y sensibles que asuman el reto. Y Vicente sin duda es un hombre que da el perfil.
Muchas veces me invitó a ir a Burguillos a predicar en el Cristo. Después de la misa nos íbamos a alguna de las terrazas de la plaza a cenar, y para mí era el rato mejor porque disfrutaba viendo cómo le saludaba la gente, y cómo trataba él a todo el mundo. Me quedaba maravillado de la familiaridad con la que se manejaba
Aquellas noches José Mari me dio un máster de cómo se es cura entre la gente del pueblo, auténtico vecino, amigo de todos, cercano, accesible y evangélicamente normal. Pastor con penetrante olor a oveja antes de que Francisco fuera Papa y acuñase esa expresión
A mí, recién llegado a la vida secular y rural, me ayudó enormemente sin saberlo ni pretenderlo, y ojalá ahora le lleguen al cielo mis sinceras gracias
Hay quienes abusan o se aprovechan (así define la RAE el término “vampirizar”) de la categoría de “misionero”, entre comillas, para otros intereses que están lejos del Reino de Dios (cfr. Mc 12, 28b-34); más bien suelen actuar en provecho propio, con diferentes grados de compulsividad e inconsciencia.
Utilizan la misión como una pantalla, se esconden detrás de ella para llenar vacíos personales y tapar desórdenes afectivos, inconsistencias y desajustes... Y es que “Corruptio optimi pessima”
Habría que detectar a quienes pervierten y tuercen el sentido de algo tan sagrado como la misión, y acompañar procesos de clarificación de las motivaciones, así como ajustar mecanismos de selección de aspirantes a misioneros y misioneras... sin comillas
Al fondo, a unos metros, hay una especie de templete abierto. Sencillo pero muy bien concebido, con sillas y una primorosa ornamentación vegetal; en el centro, una urna de cristal con una imagen de la Virgen de Fátima. Y habitualmente alguien orando. De modo que era eso, esa la presencia que llama, ese es el meollo de ternura que palpita en las entretelas de la ciudad.
El párroco Valeriano Domínguez Toro dice que todo el día está llegando gente, y doy fe. Impacta que tantos hagan una pausa en su jornada para encontrarse con la Madre y así disfrutar de un abrazo interior que va más allá del sosiego. Es una cuestión de amor puro.
Fue muy bello el gesto de la señal de la cruz, que un niño, un joven y un adulto nos marcaron a los sacerdotes sobre la frente; recordándonos así que somos consagrados como servidores del pueblo, del que formamos parte por el Bautismo, y en el que no somos más que nadie. A mí me tocó Mayra, que tiene 11 años, y con su media sonrisa se acercó para profundizar de ternura el distintivo invisible de mi vida.
Sé vivió un espacio de encuentro fraterno, de conocernos, de escucharnos y diálogos que nos lleven a vislumbrar caminos, un tiempo de gracia, de orar juntas y caminar en el Espíritu como nos invita el sínodo de la sinodalidad.
Me admiró especialmente su labor social. Les llegan alimentos a punto de caducar de supermercados cercanos y, con ayuda de amigos, los entregan diariamente a los necesitados. “Muchas personas tocan esa puerta cada día” – me dicen, y ellas responden con solidaridad y ternura. Se les nota sensibles a la situación del país, en sintonía con los más pobres…
Pero el más bello impacto que recibí fue su alegría. “Elige ser feliz” se lee en un edificio contiguo, y siento que estas mujeres los son. Lo percibo en sus rostros, en sus gestos, en sus miradas, en el carácter de su plegaria. Su casa es un remanso de alegría en este mundo convulso y violento. Gracias hermanas agustinas por existir y por ser como son. Recuerden que están invitadas al Vicariato, que acá necesitamos misioneras auténticas.
¿Se puede cambiar? No hay alternativa, eso es ser misionero. Esa locura, ese atrevimiento, esa deliciosa contradicción: evolucionar para ser auténticamente yo mismo, acá.
La borrasca interrumpe muchas cosas, pero sin traumas ni malos humores. Se llega tarde al trabajo, no se puede seguir en la chacra, imposible acudir a la reunión… porque llueve. Está en el ADN de la gente que hay que parar o ralentizarse, y más de uno directamente se irá a su hamaca a dormir sin complejos. Quizás la lluvia sea percibida desde tiempos remotos como un momentáneo oasis primaveral en medio del tremendo calor que se soporta siempre. Aunque el colapso climático al que nos precipitamos se asoma en forma de sequías cada vez más mortíferas.
Ingresar a la universidad no es fácil. Y no solo por el obstáculo puramente numérico (estamos hablando de miles de alumnos de toda la región Loreto para apenas unos cientos de plazas muy peleadas), sino por la brecha en los aprendizajes básicos que presentan los adolescentes de las comunidades del río, que terminan su secundaria lastrados por graves deficiencias en lectoescritura y matemáticas, y con un nivel académico real muy inferior al que dicen sus calificaciones.
Misioneras de pura sangre y largo recorrido. Aunque varias de ellas ya rondan la edad de ser abuelas, caminan con sus zapatillas de deporte, saltan al bote en Huampami, en Barrio Florido o en Macaya y atesoran mil anécdotas por esos ríos amazónicos desde hace décadas.
Con ellas he pasado estos días, tratando de dejarme enseñar, –yo también, tan discípulo como cualquiera–, por Dios Madre. Como buena pedagoga, utiliza la insistencia para señalarme la centralidad de la misión adorante, del oficio sencillo pero sustancial de consolar, de acompañar, de servir, de curvarme ante los pies más gastados, humildes y rotos. Y de entregar así la vida entera, a lo ancho y a lo largo, igual que ellas, que tienen 80 años y solo piensan seguir en la brecha. Lindas y pistoleras.
Irme a dar ejercicios, descansar, participar en un encuentro, hacer un retiro, meditar, orar… nomás para estar pensando en mi selva, en la misión, en mi vida de cada día; y contando los días que faltan para regresar. El hechizo que hace nueve años me tiene fascinado, me convoca de modo irresistible.
El Papa nos pidió a los misioneros en Puerto Maldonado “hacernos uno” con los pueblos indígenas, y tú lo has logrado con los tikuna. Has recorrido la “estrada santa” de la inserción plena y amorosa, de la opción por estar y compartir la vida, sin protagonismo, animando, pero rebosante de delicadeza.
En la dinámica de la vida comunitaria, la participación, la igualdad, la rotación en los servicios, la acogida, el peso de las mujeres… en todo intuyo tu mano, tus opciones innegociables, pero también la densidad de tu paciencia, tu carácter y a la vez tu respeto.
¿Qué hay que desaprender, modificar y aprender? Habría que implementar una auténtica ministerialidad eucarística y además dar pasos concretos en la onda de poner las cosas fáciles al pueblo de Dios, para que pueda disfrutar del Pan que da la vida eterna.
Algo que debería ser fácilmente accesible y vivido como clara luz que inspira y fortalece el proceso de la vida comunitaria, es percibido con perplejidad, casi como una extravagancia totalmente excepcional a la que por descontado ni se plantean acercarse; comulgar es un tremendo privilegio reservado a unos pocos elegidos.