¿Cómo se vive en un pueblo amazónico completamente inundado? "Agua hasta las rodillas" (Ez 47, 4)

Yanashi inundado
Yanashi inundado Nimia del Pilar Gonzales Bocanegra

En Yanashi, río Amazonas, la crecida plantea muchos problemas al devenir cotidiano, dificultando, interrumpiendo y hasta impidiendo. Los alumnos deben llegar en canoa al colegio. Muchas actividades de las tardes, como la catequesis, no han podido comenzar. Trasladar a un enfermo o a un adulto mayor es como un sudoku.

Las viviendas anegan, los enseres se empapan y algunos quedan inservibles, la humedad se cuela hasta los huesos, los artefactos se malogran, el cieno se acumula, la ropa huele, los papayos se pudren desde la raíz, los cortocircuitos proliferan y los reumatismos arrecian. Es otra modalidad de aislamiento tal vez menos cruel que la sequía implacable, porque la movilidad y el abastecimiento siguen fluyendo -nunca mejor dicho-, pero bien fregada e incómoda.

Yanashi sufre en todas las estaciones. Cuando hay vaciante severa, el caño mengua y es obligatorio varar, hasta que se seca del todo y entonces toca nomás caminar desde el río grande, como ya conté. Pero es que cuando la creciente es media-alta, y más en años de lluvias fuertes como este, el pueblo se alaga y la vida se transforma en una práctica constante de piragüismo amazónico.

A principios de junio, cuando fui a acompañar a las hermanas MEMIs a su nuevo destino, el pueblo se encontraba completamente inundado. Únicamente lo había visto así en fotos, pero ahorita pude experimentar en primera persona lo que significa vivir rodeado de agua. Algo que puede parecer pintoresco y hasta simpático, pero que es duro, y que a mucha gente nacida acá no le gusta un pelo y trata de evitarlo como sea.

Todo el mundo va de un lado a otro en canoa, a remo. Qué tradicional y chévere, ¿no? Sí, pero tú te sientes inútil total comparado con los vecinos, que manejan el bote como quien pela pipas porque han nacido en la orilla, ese pequeño detalle. De pronto salir a la calle (perdón, al río) se convierte en una proeza o directamente en un imposible. Una mijita claustrofobia… la impresión de estar un poquillo atrapado, sí.

Y eso que no cubre mucho. El nivel del río llegó hasta más o menos mis rodillas, y en la foto se ve cómo ya había comenzado a mermar, “agua hasta las canillas” sería, entre los versículos 3 y 4 de Ez 47. El agua ingresó en la iglesia, de modo que para poder usarla armaron andamios de madera a un metro de altura, pero ese portento de ingeniería popular selvática me lo perdí. Acá el personal es experto en apañárselas para sobrevivir.

Escolares en canoa en Yanashi (Perú)

Puedes caminar por la vereda, es cierto. “Vamos a comprar huevos para el desayuno”, dijimos Gris y yo, quién dijo miedo de ese cacho charco. No es tan sencillo: tienes que ir mirando a los costados para no salirte del concreto y no meter el pie en un barro; y siempre con tiento para evitar patinar y caer, porque el agua hace que crezca esa especie de limo verdoso y resbaladizo. Además, cuando llevas cincuenta metros, los pies se te quedan fríos y el paso se te vuelve pesado, como si estuvieras subiendo un cerro de 1ª categoría del Tour de Francia.

Total, que vimos unos niños por ahí y les pedimos por favor que fueran al recado mientras nos sentábamos en el respaldo de un banco con los pies a salvo, prudentes. Al rato regresó uno de ellos, ¡corriendo por el agua con la bolsa de huevos en la mano! Diosito, me sentí más homo hábilis que en la barquita, ni un huevito se cascó, yo hubiera llevado a la casa la tortilla ya empezada… Le di dos soles de propina, poco fue.

Como saben que somos gringos y no sabemos maniobrar, nos quieren llevar a todas partes en bote. Entonces aparcan lo más cerca posible de la puerta de la casa, pero igual tienes que remangarte los pantalones y andar a pata cala hasta que llegas a la embarcación, y ahí comienzan las operaciones expertas para subir sin voltearla y botar a todos los pasajeros a una remojada.

Bromas aparte, la crecida plantea muchos problemas al devenir cotidiano, dificultando, interrumpiendo y hasta impidiendo. Los alumnos deben llegar en canoa al colegio. Muchas actividades de las tardes, como la catequesis, no han podido comenzar. Trasladar a un enfermo o a un adulto mayor es como un sudoku. Las viviendas anegan, los enseres se empapan y algunos quedan inservibles, la humedad se cuela hasta los huesos, los artefactos se malogran, el cieno se acumula, la ropa huele, los papayos se pudren desde la raíz, los cortocircuitos proliferan y los reumatismos arrecian.

Es otra modalidad de aislamiento tal vez menos cruel que la sequía implacable, porque la movilidad y el abastecimiento siguen fluyendo -nunca mejor dicho-, pero bien fregada e incómoda. No se puede salir a pasear, si acaso a nadar. Eso sí, agarras tu jabón y el baño lo tienes a la mano. Y la gente sonríe. No queda otra que aceptarlo con paciencia y acostumbrarse. Saben que esto, como todos los años y todas las circunstancias, es pasajero, y pronto podrán plantar su arroz en el bajial.

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