Viaje a Canadá, el origen de nuestro Vicariato Apostólico (1945) Enamorado de la historia de Nueva Francia, cuna de San José del Amazonas

Es increíble el papel que los misioneros, religiosas y sacerdotes jugaron en el proceso de fraguar Canadá. . Por todas partes hicieron escuelas, puestos sanitarios, posibilitaron servicios básicos y mejor calidad de vida, pero siempre cuidando a las comunidades autóctonas, preservando sus culturas ancestrales con clarividencia y respeto. Las Ursulinas se adelantaron a su época educando a mujeres instruidas y empoderadas, fungiendo de constructoras, empresarias, promotoras de cultura, igualdad y progreso.
El paralelismo con la misión de los pioneros canadienses en nuestro Vicariato es enorme: ellos iniciaron la educación, la atención a la salud y tantos otros servicios en este rincón de la Amazonía donde el Estado peruano no había llegado en los años 50. Del San Lorenzo al Amazonas. Ahora comprendo y amo más todavía la historia de nuestra iglesia selvática, que también me cautivó desde el primer minuto.
Me atraía conocer Canadá más que los Estados Unidos, pero no me podía figurar cuánto me iba a gustar Quebec, la región francófona del país, la cuna de nuestro Vicariato; la cultura desde la que partieron los fundadores que comenzaron a escribir esta aventura misionera, que llega ahora a los 80 años. Fue poner el pie allá y sentirme a l’aise, a gusto, cómodo, tranquilo.
Los primeros misioneros fueron quebequenses, hijos de esta provincia, que es nación reconocida como tal por Canadá en 2006, de ADN francés y católico, herederos de una fabulosa historia de conquista y después sumisión, de fe que se expande en servicio al desarrollo, de resistencia y fidelidad a unos valores humanistas y cristianos. Pasear por la ciudad de Quebec es como estar en una Francia americana, encantadora y llena de sabor, orgullosa de su raíz.
La colonia francesa se estableció con la llegada de Jacques Cartier en 1534 (Pizarro había llegado a Perú dos años antes nomás) y la fundación de Quebec por Samuel de Champlain en 1608. Poco después, en 1658, François de Laval fue nombrado vicario apostólico de la Nueva Francia. Este obispo y las congregaciones religiosas misioneras llegadas de la metrópoli resultaron claves en la construcción del país naciente y en la gestación de su identidad.
A Laval no le interesó levantar su catedral, sino que casi lo primero que creó fue el seminario, en 1663. Quería tener sacerdotes bien formados, misioneros que salieran a los lugares más alejados e ignotos del territorio. Por todas partes hicieron escuelas, puestos sanitarios, posibilitaron servicios básicos y mejor calidad de vida, pero siempre cuidando a las comunidades autóctonas, preservando sus culturas ancestrales con clarividencia y respeto.
Es increíble el papel que las religiosas jugaron en este proceso de fraguar Canadá. Visitamos el museo de las Ursulinas en Quebec y aprendimos cómo se adelantaron a su época educando a mujeres instruidas y empoderadas, fungiendo de constructoras, empresarias, promotoras de cultura, igualdad y progreso. ¡Qué personalidad la de su fundadora, María de la Encarnación! Y qué extraordinaria labor la de las misioneras, teniendo en cuenta además que eran monjas ¡de clausura! como todas en el siglo XVII…
El paralelismo con la misión de los pioneros franciscanos canadienses en nuestro Vicariato es enorme: ellos iniciaron la educación, la atención a la salud y tantos otros servicios en este rincón de la Amazonía donde el Estado peruano no había llegado en los años 50. Del San Lorenzo al Amazonas. Ahora comprendo y amo más todavía la historia de nuestra iglesia selvática, que también me cautivó desde el primer minuto. Pero sigamos con esta pequeña reseña.
En 1760 Canadá fue conquistado por los ingleses, pasando a ser colonia británica en 1763 con el Tratado de París, el mismo en el que España perdió Florida y Francia recuperó las plantaciones de caña de azúcar de la isla de Guadalupe. La ocupación trajo la expansión del inglés y la hegemonía de la cultura británica con la religión protestante. Los rasgos del Quebec francófono y católico fueron debilitándose, más aún con el impacto de la Revolución Francesa poco después, en 1789, y el posterior empuje globalizador de los EEUU hasta hoy.
Claude y Marie-Josée, que me alojaron amablemente en su casa, me decían que Quebec siempre ha resistido al invasor inglés como la aldea de Astérix. A partir de los años 60, con la “Revolución tranquila”, los quebequenses promovieron las familias numerosas y la defensa del francés, rehusando a hablar inglés; apostaron por la formación superior de cuadros dirigentes, por conservar y fomentar las tradiciones, recordando y actualizando sus fuentes europeas.
Creo que la batalla continúa, pero no puedo evitar intuir que no se puede ganar. He visto una sociedad muy envejecida, de crecimiento natural de la población negativo (mueren más personas que nacen) y el catolicismo relegado a los monumentos y los topónimos, aunque moteada de brotes de esperanza: rostros de inmigrantes jalados por el donaire de la flor de lis, como yo. Lo cuento mejor en la siguiente entrada.