¿Cómo negociar con esta experiencia de "invasión de la muerte", que parece tener la última palabra? Pasividades de disminución (2ª parte)

Teilhard de Chardin
Teilhard de Chardin

Han pasado más de tres años desde que me atreví a escribir alguna consideración acerca de esta realidad inevitable. Y en este corto o largo tiempo, he seguido constatando que la cara oculta de la vida va invadiendo poco a poco el cuerpo, las metas, las relaciones y las energías. Una merma que no es reversible, como la del río, sino imparable y definitiva. ¿Cómo negociar con esta disminución que parece tener la última palabra?

Han pasado más de tres años desde que me atreví a escribir alguna consideración acerca de esta realidad inevitable. Y en este corto o largo tiempo, he seguido constatando que la cara oculta de la vida va invadiendo poco a poco el cuerpo, las metas, las relaciones y las energías. Una merma que no es reversible, como la del río, sino imparable y definitiva.

¿Cómo negociar con esta disminución que parece tener la última palabra? Teilhard habla de superar la muerte “descubriendo a Dios en ella. Y lo divino se hallará con ello instalado en nuestro propio corazón, en el último reducto que parecía poder escapársele”. Solo hay respuesta en Dios, igual que para tantas situaciones humanas que aparentemente no tienen remedio.

Y no es que “El Señor es la solución a todos los problemas”, como vi una vez escrito en un cartel a la entrada de un templo pentecostal. No. No se trata de negar ingenuamente el mal o de espiritualizarlo, se trata de combatirlo, se trata de reducirlo al mínimo, sabiendo que, en esa lucha y al final de esa lucha, nos abandonamos a nuestro Padre del cielo, conscientes en todo momento de que “el mal será siempre uno de los misterios más inquietantes del universo”.

La resignación, para ser verdaderamente cristiana, pasa por la resistencia activa: “mientras la resistencia sea posible se alzará el cristiano… contra aquello que merece ser apartado o destruido”. ¡Lo dice Teilhard! Así el cristiano encuentra a Dios en su esfuerzo de resistir al mal, “a través del Mal; a Dios, que está más profundo que el Mal”. ¿Cómo podríamos remontarnos yendo a lo más profundo, para vislumbrar el rostro de la Bondad en nuestros escombros de egoísmo, interés y maldad, y sus estragos?

“¿Qué posees tú que antes no hayas recibido?” (p. 43). Es una humildad con ojos abiertos que transfigura la disminución, la vuelve fecunda. Saber que, en todo momento, “Me recibo, más que me hago a mí mismo”. Estoy siempre, misteriosamente, en manos de Dios, que, más que conducir mi vida, “me hace ser” en medio de la contradicción humana. En expresión de Pedro salinas: “Qué alegría, vivir sintiéndome vivido”.

Para comprender sin entender la dinámica de mi minoración, necesito abandonarme, que fluya, como buen loco de Dios. Renunciar a manejar y aprender a contemplar, ir desocupando de mi ego el espacio de mi vida y dejarle sitio a Dios, según la intuición de San Juan: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30).

Teilhard dice además que “El alma humana (…) es inseparable, en su nacimiento y maduración, del Universo en que ha nacido” (p. 27). En palabras de Leonardo Boff: “Ha llegado la hora de armonizar el paso de nuestra conciencia con el curso de la Tierra, Casa Común”. Esa es otra pista en la hoja de ruta para sintonizar de manera fértil con la mengua personal y comunitaria.

Una luz, una esperanza y un alivio: es la experiencia de que, por más que uno decrece y desciende, siempre hay alguien que te quiere; personas cuyo amor resiste a todos los desgastes, las pérdidas, los descalabros y los menoscabos. Que permanecen, con la tenacidad un tanto insensata del amor verdadero. Lo saboreamos trayendo este diálogo final de la película “Tomates verdes fritos”:

Ninny: Tú me has hecho pensar en lo más importante que puede darnos la vida. ¿Sabes qué es… lo que creo que es?

Evelyn: No.

Ninny: Amigos, buenos amigos.

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