Lectura de vacaciones: Teilhard de Chardin Pasividades de disminución
Cuántas veces te dices “estoy mal” y no sabes por qué, cuántos días no logramos poner nombre a lo que sentimos ni desciframos de dónde viene. Pero la pasividad más despiadada es la del transcurso del tiempo, inexorable y aterradora. Observo sus efectos en mi cuerpo, en mis limitaciones físicas y mentales, en todo lo que antes podía hacer y ahora ya no, incluso en la aparente caducidad de los ideales de la juventud.
Hace bastantes años que pasea por mis meninges esta expresión, arrostrando curiosidad y desazón en parecidas proporciones: algo que deseas conocer y a lo que a la vez no te quieres enfrentar. Quizá porque nombra lo inevitable, la inercia de aquello que nos es más propio: nuestra humanidad.
Así que en estas vacaciones he enfilado “El medio divino”, clásico del genio jesuita Teilhard de Chardin, para ir directamente a la fuente donde fue acuñada esta noción. Rescatando de paso el placer de leer, y de leer teología, que tengo un poco oxidado en la humedad de mi selva. Y descubro lo sugerente que es la categoría de pasividades, que constituyen la mitad de nuestra vida, complementaria a la de actividades.
Forman las pasividades todo aquello que nos sobreviene. Lo que nos acontece fuera de nuestro concurso, lo deseemos o no, lo que no podemos causar ni evitar ni manejar, eso que nunca tenemos bajo control y que por tanto escapa al campo de influencia de nuestras decisiones. Interesante y fieramente real. Teilhard hasta clasifica las pasividades en dos grupos*:
“Por un lado, están las fuerzas amigas y favorables, que sostienen nuestros esfuerzos y nos dirigen hacia el éxito: son las ‘pasividades de crecimiento’. Por otro, están las fuerzas enemigas, que interfieren penosamente con nuestras tendencias, lastran o desvían nuestra marcha hacia el ser-más, reducen nuestras capacidades reales o aparentes de desarrollo: son las ‘pasividades de disminución’” (p. 42).
Dentro de estas últimas, están por un lado las externas, que son los “obstáculos” (p. 46), accidentes, enfermedades sobrevenidas… Acá hemos de mencionar los fracasos, las situaciones en que no eres comprendido o eres rechazado, los reveses y bofetadas que te llevas sin merecerlas (que haberlas haylas). Pero las pasividadesinternas son las más me interesan y más me hacen pensar: “disminución interior”, “procesos de desorganización” irreversibles. Teilhard distingue acá “depresiones, rebeliones, tiranías internas” (…) “que vienen del fondo de nosotros mismos a matar irresistiblemente la fuerza, la luz o el amor que nos hacen vivir” (p. 47), pero que “podemos evitar más o menos completamente”; o al menos mitigarlas, gestionarlas, neutralizarlas o minimizarlas.
Es cierto. Quien más y quien menos recuerda bajones, cansancios, episodios de melancolía, pérdidas de sentido, tristezas que te caen encima como una marea traicionera, sin motivo aparente o consciente. Cuántas veces te dices “estoy mal” y no sabes por qué, cuántos días no logramos poner nombre a lo que sentimos ni desciframos de dónde viene. Podemos llamar a un amigo, hacer terapia, desconectarnos, verbalizar, descansar; combatir o desarmar de alguna manera esas desolaciones para que no nos destruyan.
Pero Teilhard dice que “hay una alteración lenta y esencial a la que no podemos escapar: la edad, la vejez, que de instante en instante nos sustraen a nosotros mismos para empujarnos hacia el fin. Paso del tiempo que (…) nos arranca la alegría, que hace de todos nosotros unos condenados a muerte” (p. 47). La pasividad del transcurso del tiempo es inexorable y aterradora. Observo sus efectos en mi cuerpo, en su derrumbamiento progresivo, en mis limitaciones físicas y mentales, en todo lo que antes podía hacer y ahora ya no, incluso en la aparente caducidad de los ideales de la juventud. Intuyo su crueldad despiadada e implacable.
Las pasividades de disminución en el fondo son diversas manifestaciones del “mal” que es la muerte, la muerte que nos invade y que nos aniquilará, como “el resumen y la consumación de todas nuestras disminuciones” (p. 47). Wow… no muy alentador. Aunque la pasividad como experiencia y la disminución como metáfora me abren rendijas de esperanza. Más que hacer o hacer-se, recibir-se. Disminuir para ser vivido. Pactar con la minoración. Descubrir a Dios en lo recóndito de la oscuridad de la muerte. Hacerse amigo de ella y escuchar hoy, ya, la última palabra.
Tengo que reflexionar, sentipensar y profundizarlo más.
* Todas las citas están tomadas de DE CHARDIN, T., El medio divino, Trotta, Madrid 2021.
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