Así se festejó la Resurrección en El Estrecho, río Putumayo (Perú) Dos hogueras y un tamal

Vigilia Pascual en El Estrecho - río Putumayo (Perú)
Vigilia Pascual en El Estrecho - río Putumayo (Perú) Mercedes Lalupú

Alrededor de la hoguera y al son de las músicas tradicionales, veneramos danzando, según el modo regional loretano, al Señor vivo y presente. Fue el culmen de la Noche Santa, que el pueblo menudo celebra a su manera y con su lenguaje. Gramática humilde y espontánea que Dios goza porque va directa a su corazón.

Para cada uno… con todo y niños, claro. Porque la fiesta es el territorio de los niños, cuyas sonrisas rebosaron la Vigilia pascual del Estrecho, una experiencia que no voy a olvidar fácilmente. Si no hay comida no hay celebración, y esa noche disfrutamos de todas las clases de alegría y en abundancia.

La primera fogata estaba emplazada en mitad de la calle, frente al portón del internado. Era la lumbre del lucernario, y por cierto la habían armado muy ingeniosamente sobre una especie de pedestal de madera para proteger el pavimento. Se congregó un gran número de personas, deseosas de liturgia tras dos años de ausencia, cada cual con su vela en ristre (de hecho una de las bromas de ese día fua: “a quien no traiga vela no se le da tamal”).

Bajo las estrellas, envueltos en la oscuridad, meditamos las muertes de nuestra Amazonía, de nuestro pueblo. Pero en el momento en que las luces se prenden, el símbolo tiene tal poderío que no hace falta explicar nada. Nomás se siente confianza en la bondad de Diosito, que jamás nos abandona, ni siquiera en las pandemias más crueles, cuando el ser humano destruye, viola y despoja por dinero y poder.

Hacía tiempo que no cantaba el pregón pascual y es una emoción única alzar la luz al compás del Aleluya y contemplar cómo toda la comunidad sigue ese gesto. Las edades de mi vida están conectadas a través de ese regocijo explosivo, y no hay repetición, cada vez es como nacer a la esperanza. Una noticia que me toca anunciar, y a la vez una expresión asombrada y humilde de lo que el Resucitado ha hecho por mí.

Ahí comencé a quedarme afónico, y peor más tarde en la homilía. Que no fue exactamente una reflexión, no creo que sea ocasión para eso; me salió algo así como una arenga, como otro manifiesto pero más narrativo que poético, aplaudimos varias veces, grité bastante y Meche pensó que estaba poseído 😆. Tal vez en cierto modo podría considerarse así, jeje.

De acá, al momento del agua. Había una barricada de recipientes de todo tipo en los escalones de subida a la iglesia, al nivel de la calle, y justo ahí unos cuantos se bautizaron y todos renovamos nuestro bautismo. Siempre funciona muy bien el realizarse mutuamente cada dos personas el signo del Bautismo, todos participan activamente (no solo “te cae agua encima”), es conmovedor pero con tamaña multitud se hizo un poco largo y el coro se sacó el ancho para animar musicalmente.

Quedaba lo más lindo, el segundo fuego, que comenzó a arder justo cuando la liturgia terminó. En torno a él aparecieron como por ensalmo las sillas del fondo de la iglesia, y una gran olla de chocolate. El parlante ya invitaba, con variados géneros melódicos, a exteriorizar la fiesta con nuestros cuerpos. Un tamalito se fue sirviendo a cada persona junto con su taza humeante.

Los jóvenes capitalizaron esta parte de la Vigilia. Todo el triduo pascual fueron protagonistas: llevaron la cruz para que fuera adorada por todos, recortaron letras y colocaron adornos, compartieron en la actividad de estudio bíblico, leyeron de manera dialogada la historia de Abraham y su hijo Isaac… pero ahora bailaban alrededor de la hoguera a ritmo de huaynos, cumbias, sayas, anaconda, rock, y sacaban a sus parejas.

Y por supuesto, el padrecito no se libró. Naylí llegó y me tendió la mano: “vamos a danzar”. De modo que al son de las músicas tradicionales, como ya ocurrió el Jueves, veneramos según el modo regional loretano al Señor vivo y presente, danzando a 27 grados centígrados, el 80% de humedad, junto a una candela abrasadora y tomando chocolate calentito. Asu madre, qué chorreones de sudor.

Poco nos importó y ni notamos el cansancio. Fue el culmen de la Noche Santa, que el pueblo menudo celebra a su manera y con su lenguaje. Gramática humilde y espontánea que Dios goza porque va directa a su corazón. Con esta gente preciosa puede uno resucitar, ellos merecen la Vida plena, la felicidad de una pieza (como la vestidura de Jesús) en este 2022 marcado sobre el cirio, el hoy del Señor para cada persona, para los más pequeños. ¡Feliz Pascua!

Los jóvenes protagonistas

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