La celebración eucarística es una rareza para muchos católicos de nuestro territorio vicarial Estamos en problemas con la Eucaristía

Comunidad de San Felipe
Comunidad de San Felipe César Caro

Algo que debería ser fácilmente accesible y vivido como clara luz que inspira y fortalece el proceso de la vida comunitaria, es percibido con perplejidad, casi como una extravagancia totalmente excepcional a la que por descontado ni se plantean acercarse; comulgar es un tremendo privilegio reservado a unos pocos elegidos.

Hace poco, la pasada nochebuena, nos desplazamos a una comunidad llamada San Felipe, situada río arriba cerca de Tamshiyacu, a pocos minutos en motocar por una bonita pista. La experiencia fue muy sencilla y muy próxima a lo que estábamos celebrando: Dios se hace debilidad y pobreza para salvarnos. Al regreso me daba vueltas algo que había leído en una entrevista al cardenal Víctor Manuel Fernández a propósito de la publicación del documento 'Fiducia supplicans'.

Recordemos el revuelo que hubo a causa del permiso para dar la bendición pastoral a parejas en situaciones “irregulares”, incluyendo las uniones de personas del mismo sexo. El cardenal prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe dijo esto:

“El Papa entiende muy bien este tema de las "bendiciones populares", no ritualizadas, que son un rico recurso de la pastoral popular, un modo de estar cerca de todas las situaciones, a diferencia de los sacramentos que no siempre lo permiten”.

La negrita es mía porque es eso lo que me sigue cuestionando: ¿cómo es posible que los sacramentos no siempre permitan estar cerca de todas las situaciones? Si damos por buena la lectura teológica del clásico de Leonardo Boff “Los sacramentos de la vida”, que mucho estudiamos en nuestros años mozos, los sacramentos iluminan las circunstancias clave, los ejes que vertebran toda la existencia humana: el nacimiento, la madurez, la vida en comunidad, el amor, el servicio, el perdón, la enfermedad y la muerte. Entonces: ¿cómo es que los sacramentos no siempre permiten estar pastoralmente cerca de todas las situaciones?

Lo que aquella noche celebramos fue la Eucaristía; era un grupo de unas 25 personas, que participaron bien, sobre todo en los cantos. Pero cuando llegó el momento de la comunión, solo comulgamos los misioneros y el agente de pastoral que nos acompañaba; cuatro, y de fuera. Los de San Felipe, vecinos muy humildes que no tienen electricidad y se bañan en una quebrada aledaña, se limitaron a mirar cómo comíamos ese pancito tan extraño y exótico.

Y es que la Eucaristía, al menos para muchos católicos de nuestro territorio, es una rareza; y comulgar, además, un tremendo privilegio reservado a unos pocos elegidos. Porque si hubiéramos preguntado por qué no se acercaron a recibir al Señor, las respuestas hubieran sido: “porque no he hecho la primera comunión” y “porque no estamos casados”.

El caso es que esta comunidad está muy cerca de la sede parroquial, donde por muchos años ha habido sacerdote (aunque justo ahora no). Eso me hace pensar que tal vez allí no se visitó con asiduidad - seguramente porque no se pudo -, y por tanto no se fomentó suficientemente la celebración eucarística y no hubo formación para la participación plena de niños y adultos.

Además, probablemente se enseñó a la gente el requisito de estar “en gracia de Dios” (pero sin tampoco lograr potenciar el sacramento de la reconciliación en cualquiera de sus formas) y por supuesto “bien casados”, justamente lo contrario de lo que el Papa pide en Querida Amazonía 84: “en las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca”.

De modo que: hemos ido poco a celebrar la Eucaristía, y encima hemos cargado al pueblo pobre con una disciplina “que excluye y aleja, convirtiendo la Iglesia en una aduana”, en expresión de Francisco. Me da mucha pena, porque además justo en San Felipe son una comunidad unida, capaz de organizarse para lograr cosas y vivir mejor. Es decir, que cuadra muy bien la Eucaristía como icono de servicio al bien común, de amor mutuo, de compromiso con el Reino, de caminar juntos. Es lamentable que, para una vez que está el sacerdote en ese lugar, los católicos no pueden recibir el Pan de Vida.

La Eucaristía, que debería ser algo fácilmente accesible y vivido como clara luz que inspira y fortalece el proceso de la vida comunitaria, es percibida con perplejidad, casi como una extravagancia totalmente excepcional a la que por descontado ni se plantean acercarse.

Evidentemente estamos en problemas, no solo porque nuestra Eucaristía no está cerca ni sintoniza con las situaciones humanas de todos los días, que ya es triste, sino porque “no se edifica ninguna comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía” (QA 89). Algo tendremos que hacer, ¿no?

(Continúa en la siguiente entrada)

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