Esos días, de la infinita abundancia de castañas, nueces, embrollos, la lluvia se mezcla con el rojo de los campos y borra el límite de las fincas. Todo el día es como un despertar envuelto en las brumas del sueño. Los árboles, como muertos acostados en la niebla, siguen en pie. El mundo parece un grupo de individuos unidos espiritualmente, como un liquen originario, una larga cadena cuyos miembros comparten afectos afinidades, complicidades y una misma visión del aquí y del más allá y despierta un descarado deseo de ver, experimentar y sentir la vida tal como es al tiempo. Al mismo tiempo que se siente la fragilidad y vulnerabilidad, se siente el poder inquietante y ambiguo, de todo. Desde el amanecer se siente acercarse la noche. Ante esta confusión sobrevuela el espíritu que flotaba sobre las aguas del génesis. Uno se siente todas las cosas sin ser ninguna ni responsabilizarse de nada.