Campamento de recuerdos

Rompiendo el muro de secretos levantado durante todo el verano, nos despedimos gota a gota. Los ojos se llenaron de alas vírgenes y suspiros de esperanza. El deseo, trampolín que lanza al mañana, deseaba quedarse aquí acompañado de la soledad más honda. Con sus alas, la aurora nos salpico de rocío que no apagó la sed que el verano había y nos acaricia por dentro, pero disimuló las lágrimas más bellas que la belleza de la aurora. Con la paz de haber soñado con una mano que acariciaba el alma con la rama de los sentimientos, al despertar por la mañana pensé: “El aire de las almenas del corazón está tejido de ceniza” que no impide defender la alegría de la pátina del tiempo, de la costumbre, de vestigios tristes. Porque el brevísimo verano, intrépida zancada, no dio tiempo a la memoria, saco de necesidades innecesarias, a hundir en la tierra las raíces de lo que se olvidará, mañana, el verano se quedará adormecido a la sombra de los robles del Santo, en la terraza de O Palleiro. Este año estalló lo insólito, la pandemia, y el verano, lejano como un horizonte castellano, se convirtió en un campamento de recuerdos e hizo añicos el corazón. Pd. Alguien me lo envió al final del verano para publicarlo en mi blog y había olvidado hacerlo

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