Las gentes de la falda del Cebreiro van peregrinando a Virxe do Carme, santuario a la sombra de A Aguioncha, cumbre silenciosa, reina del Cebreiro Los peregrinos llegaban, otrora a caballo a horcajadas sobre las alforjas llenas de meriendas. Desde lejos, los sones casi imperceptibles de los metales anuncian la procesión. Al poco, los ramos, los pendones y los estandartes asoman venciendo la última curva. Era un cuadro claro y apacible, de una hondura traslucida; era como un arroyo de canciones, de leyendas, de creencias, de deseos; era la disolución de todo en mil rostros. Todo se perdía en la inmensidad como la lluvia sobre el mar y cada uno llevaba en su corazón algo tan propio y solitario que sólo compartía con la Señora. Cada uno extrañamente entretejido con el resto del mundo por un nexo lejano y misterioso. Las romerías son una expresión de fidelidad a Dios hecho terruño, identidad. La verdad de los dioses es proporcional a la belleza de su patria, dijo alguien, y otro alguien añadió: Entonces el Dios gallego es el más verdadero. Todo era tan armónico y excepcional que había cosas que nadie había visto nunca, y, cuando la cima de A Aguioncha se apaga, se levantan y van yendo