Espejo de generaciones

Los que llegaron a pasar el verano, poco a poco, fueron despertando del hechizo y de esa incierta y mágica embriaguez de la ciudad y se fue adueñando de ellos esta privilegiada naturaleza con la que comulgan hondamente, volvieron a sentir el frescor del roce de la hierba verde de la vera del camino, a poner la mano en el chorro de agua que llena la fuente, a sentir los crujidos del piso de madera de castaño de la vieja casa de los abuelos que son como voces ancestrales. El escaño y la lareira (el hogar) les cuentan historias y genealogías y sueñan el fuego de la lareira como el espejo de todas las generaciones pasadas. Las ramas de la higuera del patio, frondosas cabelleras de cuantas damas fueron, son como pensamientos desgajados de las gentes que sobreviven. Cuando llega el momento de partir, presos de una inconmensurable estupefacción, su alma renquea y gorgoritea de dolor inconfesable. En su humildad y sencillez, las gentes del valle de Fontercada no creen que vivan rodeados e inmersos en tanta belleza como así es.

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