Esperanzas de huerfanos

La eterna canción del Eiroá confiere un aire especial a los amaneceres, cuando la luz naciente empieza a dibujar los detalles, y a los atardeceres, cuando la oscuridad hace más extensas e intensas las moles de las montañas. Las flores de los rosales, los ajos, las fresas son aún, en estos días de febrero, esperanzas de huérfanos, huecos inmensos como tumbas. Todos y cada uno de esos frutos, largo tiempo aguardados, tienen un templo en nuestra alma. El Cebreiro tan pronto aparee iluminado por el sol como tapado por la niebla. Cuando cae la tarde y los últimos penachos del sol iluminan las cumbres, como hoy, empiezan a cantar los pájaros tras el ocaso, pero cuando sobre las cumbres se posan las nubes los días parecen arrugados. Dulce, perezoso y lento invierno.
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