Gratuidad infinita

Estaba siempre presente, hacía parte de lo cercano y del horizonte. En la memoria colectiva, su recuerdo perdura como un espectáculo imponente y formidable, hace parte del cartel de los grandes personajes de nuestra historia. La Dama, así llamaba a la nieve, que cubría su lecho, cuando nevaba, y Señora, la luna, que la besaba por la noche porque los zarpazos del tiempo habían destechado su choza. Sus ropas eran pesadas como la tierra y corroídas por el tiempo como las peñas de las montañas. Su pecho retumbaba como un volcán cuando tosía. En su lecho de enferma parecía una rama sin hojas. Una triste criatura sin nombre, sin edad para quien no era posible ni el bien ni el mal. No poseía ni libertad ni virtud ni responsabilidad sobre nada. Vivió como una rosa caída en la calle que dura mientras no viene la rueda de un carro que la aplaste y la confunde con el lodo.

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