Cuando sube al Cebreiro se siente desconectado del tiempo flotando en el vacío, volando en medio de los secretos del silencio de las estrellas, cayendo en fondos sin fondo. Al descender engullido por el ocaso, los aldeanos, cajas de historias del pasado llenas de horas de zozobra y sereno dolor, caminan abismados dentro de un misterio de luz solo adivinada, y piensa: qué lejos queda cuando decir mañana no era hablar del pasado, ni del clamor de un lamento como una oleada de tedio, ni de un mar de peligros y temores. Solo gracias a reflejos en los cristales de la ventana, cuando vuelve a casa, sabe que aún sigue aquí. La memoria, con claridad mística y la nitidez del rumor de la tempestad, son, con frecuencia, fuentes de desgracias y azanca de dolor que no deja disfrutar de los alivios de la ilusión.