Incomunicable intimidad

Sentarse a la sombra de los robledales de las ruinas de Bon Xesus de Trandeiras  al lado de alguien que te lo hace olvidar todo, tomar un café con amigos en una terraza comentando las banalidades de la vida tomando un café, un paseo al atardecer a lo largo de un humilde regato solitario escuchando el canto de las madres respondiendo al piar de los polluelos que acaban de saltar del nido y se tambalean entre el follaje, leer una buena novela o un poema a la sombra de los centenarios robles que cubijan el santuario de A Virxe do Carme, mirar el cielo azul entreverado por las ramas de alisos, abedules, sauces escuchando la eterna canción del Eiroá tumbado sobre la hierba verde, contemplar A Limia desde las cimas pedregosas del Cebreiro cuando la dudosa luz del alba pone fuego al mundo, o al atardecer cuando la penumbra que cae de los cerros arrasa la Laguna de Antela, intercambiar mensajes que sólo los dos entienden, pequeñas cosas, grandes placeres, que pueden pasar a formar parte de tu incomunicable intimidad

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