Jactancia versus sabiduría

Con  un cierto grado de displicencia y también de conmiseración, los cazadores comentaban sobre la jactancia de esa gente de apariencia celestial y paso ágil, cabello suave e ideas cortas, que sienten en las entrañas el hambre de fama y renombre y el terrible terror a ser desalojados de la poltrona,  que no sabe nada sobre el tranquilo andar del buey ni del paso cauteloso del lobo, que ha hecho una ley hija de los sueños de aquellos jóvenes de otro tiempo, calima y bruma encantadoras con que el alba se presenta, que mete en el mismo saco a sus mascotas a las que vilipendian y degradan vistiéndolas para  competir en elegancia y moda, cuando las sacan al parque,  con la del vecino, y  a las mascotas que pisan barro, se revuelcan en la nieve, que se autolesionan cuando el cazador sale con la escopeta al hombro, o sienten el rebaño o la manada y ellos siguen presos, los que tienen 7 años y los que tienen 10 años. El sentido de las cosas empieza donde empieza el silencio, el de esa gente chirría porque no escuchan nunca. Donde termina su ignorancia empieza nuestra sabiduría, simple, ruda, antigua como campanadas de ángelus, pero hija de todos los abismos.

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