Jornalero irrepetible

Todo el mundo preguntó si te había pasado algo, le dije. Salí el primero y me vine porque los que están y los que vinieron a pasar el verano iban a preguntarse: cómo estáis, hasta cuando os quedareis, y a mí ya nadie tiene nada que preguntarme ni yo que responder. Desde que se había muerto su mujer, hace 13 años, vivía solo. En el velorio, todo el mundo contaba anécdotas e historias vividas con él. Era jornalero de toda la vida. Adivinaba las mordeduras de la necesidad de los demás como una madre los hematomas del hijo. Entonces iba a ayudar como amigo al necesitado. Nos ayudó mucho cuando nuestros hijos eran niños. Con él se va una manera de ser amable, buena, sencilla. Lo echaremos de menos, en la iglesia, en el bar, en los caminos, en la soledad de su casa. Un grandísimo hombre. En la homilía dijo el sacerdote: “Si los obispos tuvieran ojeadores para ver la santidad, como los clubs para detectar futuros genios del balón, a él, como a otros muchos que ya se han ido, mañana lo tendríamos en el altar. Se va un hombre irrepetible”.  

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