Palpar un milagro

Hoy, ebrios de dicha y felicidad, mirándonos como los animales ven pasar una procesión, con mirada bobalicona, con timidez, gritamos ¡llueve! De repente, se ven crecer y reverdecer las hierbas, los barbechos parecen recién arados y los rastrojos cargados de espigas granadas. A las cabras y las ovejas todo el tiempo les fue poco para mirar y escuchar la lluvia, salieron de la cabaña y regresaron a ella sin agarrar bocado saciadas de vida. Y cuando aún el sol no ha subido la mitad de la colina, un manto indefinible lo llena todo de un cierto aire de nostalgia, tristeza encantada, como olas caprichosas de fidelidad probada. Tardes cargadas de recuerdos como corderos retozones y de nubes como melenas colgantes, como caballos enjaezados, que refrescan el vivir. Ver llover, dulce y mansamente, es como asistir a la fiesta de la vida, como estar palpando un milagro. Así la vida es fácil y leve el pensamiento

Volver arriba