Los pájaros que llegaban desde la izquierda y de la derecha, de arriba y de los lados, y se posaban como letras sobre las líneas del poema que el labrador iba escribiendo sobre la tierra. Los surcos y los pájaros, viejos como cosas sin tiempo, vuelven cada año sin haberse ido nunca. Son como el canto del gallo que siempre vuelve a la madrugada. Como la eternidad, ni envejecen ni se gastan porque el tiempo y la muerte pasan de largo a su lado. En esta época del año, la fuerza de la naturaleza lo llena todo, los despeñaderos del corazón. Nadie es dueño del viento ni del sol ni de la luna ni de las noches estrelladas; nadie domina el furor del trueno, el espanto de las tormentas, la fuerza de un chaparrón, pero todos los disfrutan y todos sufren los miedos cotidianos. Todos somos pobres como la lluvia. Lo máximo que podemos hacer es tapar nuestra desnudez; lo demás no es más que un escenario y su decoración. Todo lo grandes es simple. Cuando más se reflexiona más absurdo parece todo. Al contrario, cuanto menos se piensa más simple parece.