Profunda soledad

Los amaneceres y los crepúsculos son la belleza en libertad. Las palabras son insuficientes cuando han de significar lo casi indecible como los amaneceres y crepúsculos. Cada amanecer y cada crepúsculo encierra una pluralidad de sentidos, todos más cerca de la poesía que de la prosa. Sin dejar de ser lo que son, también son puertas que nos llevan a otra orilla, a otro mundo. ¿Se ha atrevido a mirar un nogal zarandeado por el viento, a escuchar y sentir   el ruido atronador sobre el tejado o sobre el asfalto de una granizada, a mirar el rayo que cruza, a la velocidad de vértigo, el cielo de oriente a occidente?   Es elogiable la admiración por los museos, aunque buena parte de ellos “en el fondo no son más que restos casuales de otros tiempos” (Rilke) que disculpan a muchos de observar la indecible belleza de los rumorosos días y las rumorosas noches de siempre y de hoy. Los amaneceres y los crepúsculos hacen emerger sentimientos, sensaciones, recuerdos, pero, como las cosas más profundas, nos hacen sentir una profunda soledad, y perviven en interminable resonancia.

Volver arriba