Reino de ruinas

El sol aún iba alto, a lo lejos en medio de la falda de O Castelo humeaba  una hoguera de por pastores. Dos cuervos enormes graznando sobrevolaban el valle de un lado a otro. En la fiesta de San Miguel la gente bebía vio nuevo y comía higos. Un mozo quiso bailar con una moza que se negó a hacerlo con él. Él la increpó con palabras de desafío. En torno a ella, se arremolinaron sus vecinos mozos que estaban al quite, en torno a él los suyos. La pelea estalló. Las mentes turbias gustan “de divagar por las calcáreas frondas”. Los pájaros que estaban refugiados en sus cobijos volaron desquiciados. La fiesta se apagó. La recuerdo como un silencioso reino de ruinas. La luna se elevó serena, sonriente y derramó su blanca miel sobre el valle. Por la noche se formó una tormenta que lavó la sangre derramada sobre la tierra que había brotado de los manantiales abiertos por las puñaladas. Un vellón de nubes blancas se arremolinaba en el cielo y temblaban las gotas en las hojas de los castaños. Me lo conto apostados los dos a la barra

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