Sencillamente

El peso del silencio, solo interrumpido por los cri crí de los grillos como gritos de asombro, y el secreto mixtico del Cebreiro, pozo de olvido, lleno de ausencias que no le pertenecen, lo envolvían todo. Su mente, lejos de ella misma, se desbarrancaba de unas en otras cuestiones poco habituales. Sin pretenderlo se subió a un peñasco,  como un balcón, que arrastró sus ojos lejos hasta la Laguna de Antela. Cuando anocheció le llamaron la atención unas luciérnagas, tranquilas, pacientes, con sus pancitas llenas de luz encendida que alumbraban  la oscuridad. Antes de entrar en su casa se enteró de la muerte de O Rizo con quien, hace dos semanas, había estado charlando mientras tomaban una cerveza en la terraza de O Palleiro. Entonces pensó: El hombre es un mecanismo delicado, formuló un deseo intenso y ardiente por su eterno descanso,  y se dijo: dejar que la vida trascurra y gotee, sencillamente.

Volver arriba