¡Vaya a donde vaya!

Cuando volvimos al pueblo de mi padre, los que eran viejos cuando él se había ido, eran ahora mucho más viejos o se habían muerto; los que entonces eran niños, ahora eran mozos y otros, que aún no habían nacido, andaban ahora con las ovejas. Luego, hemos regresamos todos los años. Volvíamos en un tren de madera, el ovejero. De Orense a Barcelona, el tren iba lleno de gente, de maletas, de sacos de patatas y gallinas atadas por las patas, que brincaban de un lado para otro, y de conejos unos vivos y otros muertos. A veces hubo discusiones porque los viajeros llegaron a confundir las gallinas, los conejos y los sacos de berzas. La estación parecía una feria. Mi padre cuando está en Barcelona añora el pueblo y cuando está aquí añora Barcelona. Nunca fuimos al pueblo de mi madre porque, sus padres se habían muerto y sus tíos y sus primos se habían ido como ella. Al oído me dijo muchas veces: “Vaya a donde vaya, esté en donde esté, solo te tengo a ti”. Entonces, yo le decía: "qué pobre eres" y la abrazaba.

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