La abuela

La abuela dialogaba con los pucheros, con el agua del fregadero, con las gallinas cuando les echaba grano de trigo y de centeno, con los cerdos cuando les bajaba los calderos de comida y quedaba contemplándolos, y con el fuego. La gente del pueblo entraba directamente en la cocina para verla y saludarla. Era tan sencilla como una margarita de los prados, tan dulce como el canto de un ruiseñor en los rosales de la huerta, tan enjundiosa como una hogaza de pan de centeno recién sacada del horno y tan limpia como un copo de nieve. A pesar de que el abuelo me decía que los hombres no lloran, él lloraba muchas veces cuando me hablaba de la abuela; y cuando se sentía descubierto decía: No lloro; me gorgoritean los recuerdos por dentro.

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