Mis abuelos

Mis primeros recuerdos de la casa del abuelo se confunden con las vacas, las ovejas, los perros, los gatos, los conejos y las gallinas que pululaban por el patio y las cuadras. El abuelo me explicaba mi historia, la de la gente que conozco y la del pueblo. Aprendí del abuelo que todas las personas tienen historia y cada una la cuenta como la recuerda. La abuela dialogaba con los pucheros, con el agua del fregadero, con las gallinas cuando les echaba grano, con los cerdos cuando les bajaba los calderos de comida y quedaba contemplándolos, y con el fuego. Era tan sencilla como una margarita de los prados, tan dulce como el canto de un ruiseñor, tan enjundiosa como una hogaza de pan de centeno recién sacada del horno y tan limpia como un copo de nieve. ¡No puedo imaginar cómo hubiera pensado y cómo hubiera visto el mundo sin mis abuelos! A pesar de que el abuelo me decía que los hombres no lloran, él lloraba muchas veces cuando me hablaba de la abuela, y cuando se sentía descubierto decía: No lloro. Me gorgoritean los recuerdos por dentro.

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