El alma, sima infinita

La melodía pura, ingenua, desnuda, de esta lluvia humilde, fina y dulce como la sonrisa de un niño, en O Cebreiro, bosque ebrio de tormentas, sumerge el alma, sima finita que nada visible puede llenar, en una profunda soledad, agudiza la conciencia de ser un ser en tránsito sin ligaduras firmes ni tranquilizadoras. Al tiempo que invade al viajero la tentación de hacer de sus pensamientos su propia morada, le zarandea un deseo irrefrenable de salir de sí mismo para fundirse con el caos original. El viajero desciende envuelto por la conciencia de la propia realidad, lleno de experiencias luminosas del mundo interior, dispuesto a, cuando la noche se lleve la luz,  esperar entre sueños adormecidos a que el gallo cante a las últimas estrellas para volver a sentir a Loureses despertarse, como hoy, casi borrado por una tenue túnica de niebla.

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