La amenaza

Una tarde de paz cristalina, cuando liderado por un carnero de nueve yerbas, el rebaño pastaba y yo, arrullado por el mugido del viento, disfrutaba de una quietud soñolienta, por un sendero desusado por seres humanos, llegó un lobo, se plantó en medio de la pingüe, agarró un cordero y el resto se deshilachó entre los árboles. El fragor de la estampida me arrancó de mi quietud soñolienta. El fiero animal, al sentirme revivir, escapó dejando el cordero que, al instante exhaló un profundo balido que se llevó su alma. Entonces un mar de angustia anegó mi pecho. Era el momento en que se hundía el sol y se extendían las sombras. Del corazón de mis padres brotaron sollozos silenciosos de angustia cuando se lo conté. La amarga fortuna, impulsada por una fuerza desgraciada, ronda nuestro techo, pensó mi padre. Con palabras dulces, mi madre después de cenar y rezar el rosario al amor del vivo fuego del hogar, para reponer las fuerzas roídas por el desasosiego, nos invitó al descanso reparador depositando cada uno en las otras dos amorosa confianza. Desde entonces, la amenaza asombra siempre la tranquilidad de mi vida

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