¡Tanta belleza!

La belleza del paisaje nos atropellaba, la sinfonía de la sangre del bosque, que corría por los torrentes invisibles que llegaban hasta nosotros sin ver de dónde venían y se perdían por debajo de nuestros pies sin ver hacía dónde corrían, y el caminar por un sendero borrado del desuso nos envalentonaba al tiempo que nos causaba desasosiego. En lontananza el embalse del Salas como un pedazo de escamas de colores entre dos montañas, después la rotundidad de A Aguioncha, y luego, ya en la penumbra, un mundo de leyendas ahogadas en la Laguna de Antela. Porque lo inefable no necesita ni tiene explicación, entre nosotros el intervalo puro del silencio. Cuando el lago de la noche llegó, y se llevó la luz, nuestros ojos estaban cansados de tanta belleza

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