El cerrojo de la esperanza

Cuando los que han venido se van y la soledad empieza a inundar las calles del pueblo, y los que quedan, desgranando lamentos y narrando desgracias juntos, sienten que una negra sombra, que  se va estrechando en fatal redondel, lo ciñe todo y destroza su alma,  les va la vida en gemir por el pasado que es su futuro.  Un negro temblor los sacude y ninguno es capaz de engañar su corazón, a pesar de ser peritos en componendas, cuando los sueños, todos ajenos a la más mínima esperanza, les atormentan el pecho y les roen las entrañas. Con pena ahogadora y dando compasión, como si nadie quedara que recordara lo que han hecho, nadie albergara justicia en su alma y no quedara nadie capaz de escuchar sus secretos, algún abuelo, adurmiendo sus sollozos y la garganta inundada de profundos gemidos, dice: mis nietos henchidos de mala soberbia son tan crueles conmigo que quieren borrar mi nombre de la historia del pueblo. Los menos, bordeando el cerrojo de la esperanza, esperan vientos favorables y fulgores de días propicios porque algunos jóvenes se van con el paladar mimado y las entrañas repletas de dulces relatos que con la madurez de los años harán recordar el hogar de sus padres.  

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