Cuando las venas de oscuridad convierten el oro del atardecer en noche sorda de silencio, y todo es sombra, y el hombre navega sobre una manta de niebla, solo el brillo del rostro amigo, en dulce intimidad, conforta el alma que, como un perro, ladra al fulgor de la luna. Bajo el cielo ocre del amanecer, el hombre sale a caminar sobre el camino de eternas canciones del Eiroá, sube hasta alcanzar la sombra de las peñas del Cebreiro que se elevan como pagodas, y alcanza el Peneda das Fatigas que, peregrino sombrío, cabalga las cumbres pedregosas. Zarandeado por la borrasca se siente vivo. Al descender, entra en el bar, y la mirada de aquel hombre extraño, sentado en un rincón, le dice: verdad y vida. ¿Qué busca?, le preguntó. Lo he dejado todo, me he echado al camino para peregrinar durante cuarenta días, ayunando a pan y agua, a la busca de una vida nueva. Por la tarde va al bar y pregunta: ¿Quién era aquel hombre? ¿Qué hombre?