Una ilusión

“El sol me buscaba entre las rendijas de los millones de árboles del bosque. Los rayos del sol reflejado en los témpanos, en los estanques helados, eran como miradas incógnitas, misteriosas, y aún como las sonrisas de los niños la mañana de Reyes. Los árboles congelados de las faldas del  Castelo de Soutelo eran como cascadas de hielo que se acostaban en el mar de niebla que engullía los pueblos del valle del Limia”. Los quejidos de la nieve helada al romperse bajo las pisadas del caminante le sonaron como lamentos de los ancianos que se fueron sin una mano que les ayudara a cruzar a la otra orilla, como las lágrimas sin eco de los acurrucados como animales acorralados en escondrijos inmundos, en algún lugar del mundo, refugiándose de las bombas. El viajero ha pasado horas en convivencia con ideas, sombras de la sombra de lo que es en realidad. Todo lo que había  visto y  sentido  le pareció algo leído en tiempos lejanos. Desde la ladera vio las columnas de humo que, como plegarias, subían buscando los últimos penachos de sol que flotaban en las cumbres del Cebreiro y pensó: nada más duradero, nada más quebradizo, que una ilusión.

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