“Nunca pensé que se pudiera vivir con tan poco: sin besos, sin abrazos, sin cartas ni mensajes, sin hijos. Hay días que la luz no hace más que sombra, casi penumbra. El silencio, lleno de ruidos insoportables, brama como las olas contra los acantilados. Ya no siente vergüenza de parecer lo que soy, un guiñapo humano, una persona sin personalidad. Las voces, “campanas sonámbulas” (Colinas), que oigo no responden a nada de lo que me interesa porque nada me interesa nada. Tu tristeza, por ejemplo, que antes me entristecía, ahora no es más que un espejo de mi tristeza. No sé en que medida todo es fruto de la decisión de los otros o de como yo, sin los otros, he decidido sobre todo. Repantigarse en el desastre es la única salida de este culo de saco, ciénaga del horror. Mi audacia es gozarme en los rescoldos de la catástrofe que es normalidad.” Cuando ya me iba, me gritó por el aire: “A pesar de que es absurdo, y lo sé, la sigo soñando cada noche”. La conversación con aquel mendigo la recordaré siempre.