El lobo y el mar

Los campesinos saben en qué momento tienen que sembrar y no hacen responsable de lo suyo a nadie que no sea responsable de lo propio. Son discretos como huéspedes, simples como troncos de árboles, amplios como el cielo que cobija el valle, sus manos parecen raíces, sus brazos ramas, su cara piedra labrada a cincel y a veces parecen una cosa más entre sus cosas. Cuando el tiempo no lo permite, lo mejor es echarse a dormir o, por lo menos, estar quitos. Los campesinos enseñan y responden sin palabras, saben que detrás de cada nube y de la línea del horizonte está lo desconocido que pueden cambiarlo todo. Cuando la cosecha es abundante no se cuelgan medallas ni se culpabiliza cuando es menguada porque tienen la suficiente humildad para reconocer que sólo en parte depende de ellos. Miran con desdén a los ecologistas y desprecian a los políticos que quieren enseñarles, sin salir de sus despachos, todo sobre todo desconociéndolo todo. Saben que al lobo y al mar sólo no les temen quienes los desconocen.

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