¡Cuanto misterio!

Hablamos horas enteras mientras pastoreábamos las vacas. Me habló de Cuba y de otros pueblos, nunca me habló de él. En su juventud había estado en la Habana de donde vino más pobre que cuando se fue porque venía debiendo el dinero que había pedido prestado para sacar el billete de ida. Un día se subió hasta lo más alto de un aliso para podarlo, cortó la rama en que se sostenía, la rama se cayó y él se cayo con la rama al Eiroá. Era un día de enero de un invierno cruel, el río estaba helado. Cuando asistimos a una escena sin sentido, decimos: “Pareces o Macanas”. Aquel hombre que me contaba cuentos, historias sobre personas y países lejanos, misteriosos, siempre me inquietó hasta que dejé de pensar en que no sabía quien era. Es una de las razones por las que conclui hace tiempo que cada persona es un misterio del que conocemos lo que cada uno nos quiere revelar
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