Ese mundo tan intimo pero tan lejano

Inciertos rayos de sol, como brasas apagadas y sonrisas rotas, ponen en fuga las nubes que vagan por los riscos. El valle parece un barco que flota en un sunami de niebla que, como una multitud de almas errantes, sube por donde se escurre el Eiroá. Una cierta tristeza, hecha carne que llega en las hojas secas y en las ramas desnudas, convierte las cosas en criaturas de silencio y el mundo en un paisaje de desolación. Al mismo tiempo, un cierto encanto, blanca embarcación sobre el mundo, llena la extensión desnuda de los cielos hasta que llegan las playas misteriosas del atardecer, nubes incendiadas, soportando todas las heridas del tiempo. El crepitar de los troncos en la chimenea, ¡dónde la lareira punto de reunión de todos los que fueron!, rompe el silencio y hace inútiles las palabras para compartir ese mundo tan lejano, tan íntimo.

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