El paso del tiempo

Los ciruelos, los cerezos y los perales florecieron. Los manzanos están florecidos. Las higueras tienen higos como tetas de gata, los nogales brotan y los castaños están agazapados. Los ajos están ya grandes,  la tierra preparada para plantar las cebollas los tomates y los pimientos y sembrar las judías. Es tiempo de sembrar las patatas, pero la tierra está enchumbado y muy pesada de tanta lluvia. Las fresas solo necesitan diez días de sol para llevarlas a la mesa, las frambuesas solo apuntan brotes. Sentimos el soplo impetuoso del viento como un monstruo salvaje que, como una interminable manada de caballos, veloces y rápidos como pensamientos, remueve, bambolea y hace profundos remolinos en los verdes mares de trigales y centenares,  zarande la copa de los árboles, y cuando amaina lo escuchamos susurrar y acariciar nuestros sueños desde la ventana. Cuando solo queda el aire, como defensa contra el paso del tiempo, sentimos el canto mudo de los carros, el sonoro mugido de los bueyes y el eco de la algarabía de cuando éramos niños por los caminos vacíos.

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