El pueblo

Mi casa es el pueblo y el pueblo es mi casa. Mi casa y el pueblo se funden, se absorben y se evaporan el uno en el otro. La casa recuerda todo del pueblo y el pueblo lo sabe todo de la casa. Nuestras vidas, filamentos de una misma tea, se injertan las unas en las otras. Las promesas de los políticos son lagrimas amargas para quien las cree porque pasado el momento “vemos que lo que nos movió no vimos”. Los cambios solo muestran los elementos del entramado, “mezcla de cosas, de qué, no sé”, pero no modifican en nada la esencia de la vida. Solo de sus ataduras se libera quien esperanzas falsas y temores verdaderos echa fuera y su alma arranca de su tumba sin que su tumba a la tumba descienda y soporta con indiferencia las vicisitudes de la política. Tan solo lo que fue no sufre menoscabo. Los códigos del pueblo están escritos en las casas, en el campo, la geografía es la historia espacializada, pero el alma es invisible.

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