La pura pureza de la esencia

Sentados en un rincón del bar, después de treinta años sin venir, me dijo: “Después de tanto tiempo, recuerdo a aquellos héroes anónimos de mi infancia que soportaron estoicamente la dureza de la vida sin tiempo para reposar un rato al lado de la escarpada ladera ni en la orilla umbrosa del río mirando como pastaban los ganados; recuerdo a los primeros que se fueron y, huérfanos de sentimientos sin lengua y sin patria, vivieron bajo el fuego del cielo rodeados del silencio de los hombres. Zurcidos de limitaciones, eran como el movimiento primigenio de lo elemental. Aquellos antepasados nuestros y aquellos emigrantes, marginados entonces y olvidados hoy, víctimas de un impulso bárbaro, tal vez urgidos por una necesidad ineludible, núcleo de brasa, eran la pura pureza de la esencia. Su vida rodeada de tapias frías fue un silencioso culto a Dios”. Seguimos en silencio y nos fuimos sin decirnos adiós.

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