A cada uno, sus razones

Mientras atendían a mi amigo en la Clínica del dolor (Hospital de Ourense), un señor de unos 85 años que estaba esperando me decía (más o menos): “Lo que menos conocemos y a lo que menos atención prestamos, porque siempre tenemos muchas cosas que hacer, es aquello que tenemos más cerca, lo nuestro, lo que nos es más precioso. Nadie puede comprender el miedo ni el dolor del otro porque nadie puede medir la fuerza que los produce".

Y añadía: "En el fondo no hay ninguna certeza de nada; sólo la de la muerte y no sabemos ni cuando ni donde va a ocurrir. En realidad, el ser humano solo cree en el pasado que le ha pasado a él. La perdida de la infancia corre paralela al sentimiento de la perdida de apoyos inamovibles y seguros porque ocurre al mismo tiempo que la toma de conciencia de lo lentas, variables e imprevisibles que son las circunstancias que van configurando la vida”.

Mi amigo concluyó: “A parte lo que me han hecho, la sola compañía de las personas que me han atendido, ya me ha aliviado el dolor. No entiendo la gente que ale de aquí echando pestes”.

Después recordé otra cosa que me había dicho aquel hombre: “Cada uno tiene sus razones para vivir, para hacer esto o aquello; yo las tengo para soportar el dolor y para pensar que tal vez haya algo más allá de todo esto por mil cosas que me han pasado y he visto que le han pasado a otros, y sobre todo por la vida de algunas personas como esos dos hombres que han ido a buscar la muerte a África por dar vida a otros a quienes no debían nada. Aún esto cada uno lo interpretará a su manera”.
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