Aquí estuvo a noche viendo con nosotros el partido. Se dejó invitar y quiso pagar una ronda. Durmió en el anticuerpo de la capilla en donde antaño dormían los gitanos y los caminantes sin hogar. Esta mañana vino a tomar café y se fue. Nos dio la impresión de ser un vagabundo que va a donde le lleve el viento. Paree vivir como las flores del campo, sin nada, a la intemperie. Habla con pasión de la paz. “Los que mandan en el mundo, a falta de liderazgo, quieren meternos a todos el miedo en el cuerpo para tener el mundo sometido, dominado, sus pies”, dijo. A pesar de haber hecho un trecho de camino con él y aunque sus silenciosas llamadas, como rumores de lejanías, la vida interior que borbollaba detrás de su mirada y bisbiseaba continua acción de gracias, me llamaron la atención, mi alma, el más triste de los encarcelados, cercada por un montón de preocupaciones y dilatados propósitos, no lo reconoció. ¿Sabéis hacía donde tiró? Aunque cualquier sitio es su sitio, dio a entender que la humanidad que pulula por los inmundos tugurios y tristes tabernas le interesa en primer lugar.