Como reloj de sol en una tumba

Salí con la intención de andar 10 kilómetros, pero la belleza del bosque, los quejidos del viento enredado en la copa de los árboles, el lamento lúgubre de las aves, los chillidos de los conejos atrapados por el raposo, el susurro de los regatos, me clavaron al suelo. Mis ojos no sabían a dónde mirar ni mis oídos qué escuchar. Mi corazón navegaba a la deriva en este mar quebradizo, que nadie puede abarcar por entero. Me paralizó ver el mundo quemándose en el ojo del ciervo que, sin moverse, me miró fijamente largo rato. Si no hay quien la disfrute, tanta belleza fugaz y  perenne es como el oro enterrado en la mina, como un reloj de sol dentro de una tumba a tres metros bajo tierra.

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