¡Qué risa!

El día anochece, el valle se llena de silencio. Las luces de Penalonga sn lo único que, allá arriba, arañan el cielo, rompen la oscuridad que llena el valle. Parece que las cosas han desaparecido. Los humildes habitantes se confirman en su filosofía pensando que la muerte visita por igual los palacios que las cabañas más humildes, aguantan la risa pensando en la desnudez de todo el mundo, pero se ríen a mandíbula batiente de los que, con su dinero, quieren inventar y comprar la inmortalidad. Ellos saben que son y serán inmortales porque ellos creen en la supervivencia individual, en la inmortalidad del alma.

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