Aunque no sepamos...

Los dos de pie en un rincón del bar, me contó: “El patio de la casa del abuelo estaba lleno de recovecos. Muchas tardes otros niños del pueblo venían y pasábamos las tardes jugando al escondite del patio al pajar y del pajar al patio. Muchas veces, mientras nosotros jugábamos, el ciego pasaba las mañanas rezando por el eterno descanso de las ánimas de casa en el patio, en el fondo de la escalera, a la sombra de la higuera, del saúco o del hórreo. El ciego rezaba muchas oraciones en latín.

     -¿Sabía latín el ciego, abuelo?-, le pregunté

     -Me imagino que Dios nos entiende aunque nosotros no lo entendamos a él ni sepamos lo que le decimos”

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