El sermón de la montaña

“Me voy a misa”, le dije ayer a un amigo al terminar de tomar café: “Jesús no vino a fundar ninguna religión ni fundó ninguna iglesia sino a llamar a los hombres a una vida nueva”, me dijo mi amigo agnóstico. “Reconozco, sin embargo, que compartir el recuerdo de la última Cena con un grupo de gente que tiene las mismas creencias debe de ser reconfortante”, comentó. “Si lo es”, afirmé. Hoy, volvimos a encontrarnos y me preguntó: “¿Te imaginas lo que sería el mundo si los hombres tuviéramos un espíritu simple, fuéramos pobres de espíritu, apacibles, limpios y mansos de corazón, misericordiosos, tuviéramos hambre y sed de justicia, diéramos de come al hambriento y visitáramos a los encarcelados y enfermos solos?” En dónde has leído eso, le pregunté: ¡No digas que tu no lo has leído! Cuando leo el “sermón de la montaña” recuerdo lo que dijo Voltaire: “La política es el camino para que hombres sin principios puedan dirigir a hombres sin memoria” y me echo a llorar.

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